¿Qué encontramos nosotros cuando visitamos, cuando vamos a nuestros templos? Dejo la pregunta. El indigno comercio, fuente de ricas ganancias, provoca la enérgica reacción de Jesús. Él volcó los bancos y esparció el dinero por el piso, echó a los vendedores diciéndoles: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Jn 2, 16).
Esta expresión no se refiere solo a los negocios que se realizaban en los patios del templo. Se refiere más bien a un tipo de religiosidad. El gesto de Jesús es un gesto de «limpieza», de purificación… Este gesto es la llamada al culto auténtico, a la correspondencia entre liturgia y vida; una llamada válida para todos los tiempos y también hoy para nosotros.
El discípulo de Jesús no va a la iglesia sólo para cumplir un precepto, para sentirse bien con un Dios que luego no tiene que «molestar» demasiado. «Pero yo, Señor, voy todos los domingos, cumplo..., tú no te metas en mi vida, no me molestes». Esta es la actitud de muchos católicos, muchos. El discípulo de Jesús va a la iglesia para encontrarse con el Señor y encontrar en su gracia, operante en los sacramentos, la fuerza para pensar y obrar según el Evangelio.
Se trata de realizar un itinerario de conversión y de penitencia, para quitar de nuestra vida las escorias del pecado, como hizo Jesús, limpiando el templo de intereses mezquinos. Es el tiempo de la renovación interior, de la remisión de los pecados, el tiempo en el que somos llamados a redescubrir el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación, que nos hace pasar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia y de la amistad con Jesús.
(Frases extractadas de http://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2015/documents/papa-francesco_20150307_omelia-parrocchia-ognissanti.html).