También él, por curiosidad, quería ver a Jesús, pero su condición de pecador público no le permitía acercarse al Maestro. Incluso más, era pequeño de estatura, y por ello subió a un árbol de sicómoro, a lo largo de la calle donde tenía que pasar Jesús.
Cuando llegó cerca de ese árbol, Jesús levantando la vista le dijo: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Podemos imaginar el asombro de Zaqueo. Pero ¿por qué Jesús dice: “¿Es necesario que hoy me quede en tu casa? ¿De qué tipo de necesidad se trata?”. Sabemos que su deber supremo es realizar el designio del Padre para toda la humanidad, que se cumple en Jerusalén con su condena a muerte, la crucifixión y, al tercer día, la resurrección. Es el plan de salvación de la misericordia del Padre.
Pero Jesús, guiado por la misericordia, lo buscaba precisamente a él. Y cuando entra en la casa de Zaqueo dice: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Jesús no se resigna ante las cerrazones, sino que abre siempre, siempre abre nuevos espacios de vida; no se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Y aquí miró el corazón herido de este hombre: herido por el pecado de la codicia, de muchas cosas malas que había hecho este Zaqueo. Mira el corazón herido y va allí.
A veces, nosotros buscamos corregir o convertir a un pecador riñendo, reprochando sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo nos indica otro camino: el de mostrar a quien se equivoca su valor, ese valor que Dios sigue viendo a pesar de todo, a pesar de todos sus errores.
Todos hemos sentido esta nostalgia del bien después de haber cometido un error. Y así lo hace nuestro Padre Dios, así lo hace Jesús. No existe una persona que no tenga algo bueno. Y esto es lo que mira Dios para sacarla del mal.
(Frases extractadas de http://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2016/documents/papa-francesco_angelus_20161030.html)