Jóvenes ingenieros en el área industrial e informática y alumnos del bachillerato técnico industrial del Colegio Nacional Don Rigoberto Caballero, de San Ignacio, Misiones, construyeron un prototipo de aspersor automático para rociar y desinfectar a las personas, y lo donaron al centro del IPS de la ciudad. El costo, de dos millones de guaraníes, lo cubrieron mediante donaciones.
Por su parte, un grupo de profesionales de distintos sectores, voluntarios del Banco de Alimentos Paraguay, reúnen en tres días de colecta más de dos toneladas y media de productos no perecederos para hogares y centros de ayuda de la capital.
Un comedor parroquial de Loma Pytã da de comer a más de 400 personas por día, con el apoyo de donaciones y el trabajo voluntario de los vecinos, quienes no solo preparan diariamente el almuerzo, sino también se ocupan de la organización, logística y protección sanitaria del emprendimiento.
En tanto, Mario Salerno, propietario de varias viviendas en el barrio de Brooklyn de Nueva York, cancela el alquiler de cientos de inquilinos para que puedan pagar alimentos y suministros durante la emergencia sanitaria por el Covid-19, informa el portal de la cadena NBC.
Pilar García, una docente de Física de la Universidad de Salamanca, cose mascarillas y las deja en la puerta de su departamento para aquellos vecinos que las necesitan. “En situaciones como esta, cada uno tiene que hacer lo que pueda y no esperar a que las instituciones nos resuelvan todos los problemas”, afirma.
A estos se suma Esther Gómez, una enfermera de 26 años de Madrid, que en medio del trajín cotidiano, la presión y la sobrecarga laboral, se hace un tiempo para acercar el teléfono a los enfermos que atiende diariamente, para que se comuniquen con sus familias y superar así “el frío aislamiento del hospital”; algunos aprovechan para saludar, otros para despedirse en medio del dolor y la soledad.
Son historias concretas y reales, de gente como uno, y de ellas hay miles más en nuestro país y el mundo. Son formas de actuar que invitan a salirse de la comodidad y dar una mano en medio de tanto miedo, falta de trabajo e incertidumbre.
Frente a una realidad tan oscura como la pandemia, en un país con un sistema de salud extremadamente precario, con más de 20.000 puestos laborales perdidos y miles de trabajadores independientes parados, entre otras tantas situaciones, vale mirar y apreciar las acciones de personas y comunidades que son capaces de ir más allá del miedo y enfrentar esta preocupante realidad con esperanza; jóvenes y adultos que, sacudiéndose de la propia seguridad y de tantas justificaciones a mano, intentan acompañar a vecinos, amigos y ciudadanos y grupos vulnerables.
Es una muestra del notable corazón humano, ese punto rojo tan bien ilustrado en el Ícaro del pintor francés Henri Matisse, capaz de sorprender siempre y de no conformarse jamás, ni siquiera con los placeres más promocionados e imaginados. No en vano se afirma que la ley de la existencia es la gratuidad; esa experiencia de entrega sin muchos cálculos, que hace de cada ser que lo practica un punto transformador y poseedor de una llamativa alegría; y de la sociedad, un lugar donde todavía se hace posible esperar un abrazo inesperado o una mirada cargada de afecto y consuelo.
Quizás, como otras tantas en esta coyuntura tan especial como no deseada, esta sea una lección o propuesta más para cada uno. El desafío es personal así como la verificación de su valor. Buena Semana Santa para todos.