24 jun. 2025

Hay inquietud en EEUU por la diferencia entre ricos y pobres Por Robert Samuelson

WASHINGTON. En una democracia los grandes extremos entre la riqueza y la pobreza causan perturbación. Una pregunta que se formula en este momento es si los norteamericanos ricos están llevándose una porción demasiado grande del pastel económico. Observen los últimos asombrosos cálculos de los economistas Emmanuel Saez, de la Universidad de California en Berkeley, y Thomas Piketty, de la Escuela de Economía de París. Ambos concluyeron que el 10% más rico de la población recibió el 44% de los ingresos, antes de pagar impuestos, en 2005. Esa tasa fue la más alta desde las décadas de 1920 y 1930 (cuando el promedio fue 44%) y mucho más alta que la de 1945 a 1980 (cuando el promedio fue de un 32%).
Pero las mayores ganancias se produjeron en el 1% de los más ricos. Su porción de ingresos antes de los impuestos, subió gradualmente de un 8%, en 1980, a un 17%, en 2005. En verdad, muchos otros que forman parte del 10% más alto parecen ser parte, principalmente, de la clase media alta. Por ejemplo, los que están entre los percentiles 90 y 95, entre los más ricos, tuvieron ingresos promedio de alrededor de 110.000 dólares.
No sabemos exactamente quién está en la pequeña porción superior. Un estudio realizado por los economistas Steven Kaplan y Joshua Rauh, de la Universidad de Chicago, estima que en ella había alrededor de 18.000 abogados, 15.000 ejecutivos de corporaciones, 33.000 banqueros inversores (entre los cuales se cuentan administradores de fondos de alto riesgo, inversores en capital de riesgo e inversores de patrimonio privado) y 2.000 atletas que ganaron aproximadamente 500.000 o más dólares en 2004. Aunque hay otros en estos grupos del 1% más alto (ingreso promedio 371.000 dólares), está claro que formarían sólo una pequeña fracción del total. Con más de 140 millones de trabajadores en Estados Unidos, el 1% más alto excede 1,4 millones (y el 10% equivale a 14 millones).
En cuanto a la causa de una mayor desigualdad, también estamos en la oscuridad. Los recortes fiscales de Reagan y Bush no son explicaciones sólidas, porque las ganancias se han producido en los ingresos antes de los impuestos. La globalización, al incrementar el tamaño de las empresas, podría haber fortalecido los salarios y bonos de los ejecutivos. La economía también se ha vuelto más competitiva –con más presiones sobre las empresas, provenientes de sus rivales extranjeras, de nuevas tecnologías y del mercado de valores. La política salarial cambió el énfasis sobre “lo que es justo”, para enfocarse en lo que el mercado puede brindar. Las oportunidades de enormes ganancias –de empresas incipientes, de negocios diversos– abundaron.
Cualquiera sea su fuente, la actual distribución de los ingresos no es óptima. Los ricos a menudo parecen atrapados en una carrera para consumirse mutuamente y para diferenciarse de la clase media. El Financial Times, un periódico de la élite económica, publica regularmente un suplemento ilustrado llamado “Cómo gastarlo”, que celebra vacaciones (balnearios en Nueva Zelandia) y compras (267.000 dólares por una rara motocicleta) exóticas. Aun así, la brecha en el estilo de vida entre esta clase y gran parte de la clase media se ha reducido.
“Así que no puedo pagar una (villa) en las Bermudas, pero puedo entrar en un acuerdo de tiempo-compartido por un fin de semana” escribe el profesor de publicidad James B. Twitchell, de la Universidad de la Florida, en The Wilson Quarterly.
Habiendo dicho eso, el debate de la desigualdad es engañoso. Hasta cierto punto, la desigualdad es inevitable y deseable. La perspectiva de tener una vida holgada alienta a la gente a trabajar duramente, a desarrollar nuevas destrezas y a asumir riesgos. Es el ancla del espíritu empresarial y del éxito económico de los norteamericanos. La mayoría de los ricos de la actualidad se han ganado –no han heredado– su situación. Entre el 1% más alto, informan Saez y Piketty, más de cuatro quintos de sus ingresos provienen de salarios y trabajo independiente. En 1916, el 1% más alto descansaba mucho más en los ingresos de los dividendos, los intereses y alquileres.
La cuestión de si los ricos pagan una proporción “justa” de los impuestos ha provocado uno de esos debates en que ambos bandos tienen parte de la razón. Es cierto, como dicen los liberales, que el gobierno de Bush mimó a los ricos. No se necesitaban las reducciones fiscales sobre las ganancias de capital (ganancias de las acciones) y los dividendos como incentivo. Terminar con el impuesto a la sucesión sería igualmente errado. Pero también es cierto, como dicen los conservadores, que los liberales popularizan la fantasía de que, si se impone más impuestos a los ricos, resolveremos nuestros problemas presupuestarios.
No lo haremos. El 10% más rico ya paga la mitad de todos los impuestos federales, entre los que figuran el 25%, que paga el 1% más alto. No está claro en qué medida podrían elevarse estos impuestos sin debilitar los incentivos económicos y sin estimular una evasión fiscal masiva. Pero aumentar los impuestos del 1% más alto en un 24%, no cubriría ni siquiera el déficit presupuestario actual, para no hablar del pago de nuevos programas (seguro médico universal, más ayuda escolar) ni el coste de la jubilación de la generación de posguerra.
Sería más sano si la tendencia hacia una mayor desigualdad económica se revirtiera espontáneamente. Los pobres no son pobres porque los ricos sean más ricos. Su pobreza es el reflejo de pocas destrezas, hábitos de trabajo deficientes o mala suerte. Pero si la clase media piensa que los ricos están acaparando la mayor parte de las ganancias del crecimiento económico, sentirán rencor. El resultado podría ser un debate contraproducente acerca de la redistribución de los ingresos, no del crecimiento. Parafraseando al economista John Maynard Keynes (1883-1946): “Los ricos son sólo tolerables en la medida en que sus ganancias puedan guardar alguna relación con lo que, aproximadamente, ellos han contribuido a la sociedad”.

(c) 2007, Washington Post Writers Group