Hambre

Las cifras son abrumadoras a nivel mundial y peor a nivel local. Más de dos millones de paraguayos pasan necesidades alimentarias en un país que produce alimentos para más de 70 millones de seres humanos.

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Una Nación donde la economía familiar campesina está destrozada y en donde los mercados locales son arrasados por el , sin embargo, los para las escuelas se producen a más de 200 kilómetros de distancia. Toda la comunidad debería participar de este extraordinario negocio que mueve más de 200 millones de dólares al año y cuyas peleas por las licitaciones envuelven a diputados, gobernadores, intendentes, ministros y directores que llenan su buche mientras reparten costosos y dudosos platos a los hambrientos niños de nuestras escuelas. Pero el verdadero hambre es el ético, el moral, que el fallecido Dr. Miguel Ángel Pangrazio se encargó de repetir y testimoniar por varios años. La verdadera hambruna de dignidad que no se sacia con empanadas, panes, caramelitos y gaseosas hasta donde hacen colas los menesterosos de la política.

La democracia paraguaya, como los hijos de varias familias, no ha sido alimentada apropiadamente en los primeros años y hoy estamos pagando las consecuencias. Un niño que no recibe alimentos apropiados en los primeros cinco años en que se forma el cerebro crecerá con grandes limitaciones que costarán mucho a su familia y a la sociedad en su conjunto. El cretinismo es una de sus consecuencias, la falta de comprensión, el letargo y los grandes desajustes sociales hacen parte de todo aquello que se careció en los primeros años. Nada se recupera nunca más. En la democracia nuestra pasa una cosa igual. No hemos tenido progenitores responsables que en realidad amaran la democracia y los resultados de esta primera generación no nacida en cautiverio nos muestra sus resultados más que evidentes. La dignidad de los hijos de la generación de los años cuarenta del siglo pasado, con grandes limitaciones pero con alimentación adecuada en los primeros años, dista mucho de aquellos alimentados por los mendrugos y las sobras que les tiran hoy desde el Estado o desde la cabeza de algún movimiento político. Son los mismos que admiten comidas con arena o aquellos forzados familiares de secuestrados que deben distribuir por mandato de los delincuentes comida para que no maten a uno de los suyos. Nunca como ahora hemos sentido más que nunca el hambre de ejemplos, de referentes y de testimonios donde la ética salga ganando sobre aquel que luego de humillar en la hambruna ética más profunda los domestica para votar por quien les ponga enfrente.

Paraguay tiene una matriz que está lejos de esos ejemplos. Venimos de muchas necesidades y los ejemplos sociales de dignidad no son pocos. Están cubiertos de cenizas quizás pero todavía debajo está la lumbre que puede calentar y cocer los alimentos que nos reconcilien con un país mejor.

Entre los distribuidores de comidas que se pelean descarnada y descaradamente exhibiendo sus impudicias, hay todavía un país que pide a gritos organización, producción, cocción, distribución y, por sobre todo, decencia.

No nos merecemos como país más humillación. El país debe levantarse de una vez. No más espacio a los que compran el pan para hoy pero el hambre para cinco años. Esos mismos que disfrutan hambreando a millones para seguir sometiéndolos a sus designios. Somos muchos más que los indecentes y estamos obligados a proclamar la existencia de un país mejor que el que tenemos. No más hambre ni hambrientos, pero para eso requerimos volver a reconciliarnos con la dignidad.

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