Por Miriam Morán
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Muchos de los que transitamos las cuatro décadas, en un día como hoy, pero treinta años atrás, recibíamos la tradicional palmada en la cola. El saludito de Pascuas a veces era una reverenda paliza que dejaba los glúteos con la sensación de haber sido crucificados en pleno día de resurrección.
Nunca faltaba quien aprovechara la celebración para cobrarnos las travesuras cometidas, o para expresar alguna pichadura escondida con golpes que arrancaban lágrimas. Este peculiar festejo entre los pares era una derivación del tradicional, que incluía solo a los adultos de la familia en la lista oficial de “pascuadores”.
Lo peor era que el saludo pascual se extendía al día siguiente. Uno llegaba a la escuela y comenzaban las corridas y los movimientos de cintura para intentar eludir el azote pascual de los compañeros y compañeras. Confieso que en más de una ocasión me sumé a esta expresión de la civilización occidental propia de estas tierras.
Afortunadamente esto ya no se estila. Y menos mal, porque con el nivel de violencia que se percibe, más de uno podría ir a parar a Emergencias Médicas, tal y como aconteció hace unas semanas con un manifestante de los sintechos. El hombre buscaba llegar a Mburuvicha Róga para quejarse y en ese trajín recibió el “saludo anticipado” de los cascos azules, con proyectiles que le agujerearon los glúteos.
Hoy en día quienes pueden evocan la Pascua comiendo huevos de chocolate. Y quienes no pueden, comen lo que tienen y lo mismo celebran Pascua, porque no es una fiesta del estómago, sino del espíritu, pese a que la publicidad la orienta hacia el primer significado.
La evocación cristiana tiene su origen en la Pesaj o Pascua judía. Durante esta conmemoración, los judíos recuerdan su liberación de la esclavitud en Egipto. Como parte de los ritos, los mayores les cuentan a los más chicos la historia de cómo Dios los liberó y la repiten cada año, desde hace siglos, para que el pueblo nunca olvide los favores recibidos y quién es su Dios.
La Pascua cristiana también celebra la liberación de la esclavitud, pero del pecado, que se consiguió con la resurrección de Jesús y resalta el amor y el poder de Dios.
Como se ve no hay razón para saludar con golpes. Además, Cristo ya los sufrió por todo el mundo, eso se recordó en esta semana. Lástima que gran parte de la humanidad cristiana no se da por enterada y sigue sumando violencia, hasta en su nombre.
¡Felices y suaves Pascuas!