22 dic. 2025

Gobernar y mandar

Por Benjamín Fernández Bogado
“mailto:flibre@highway.com.py”
La corta tradición democrática paraguaya y la larga cultura autoritaria combinadas han hecho que nuestros funcionarios electos no puedan entender –en la mayoría de los casos– la nítida diferencia entre ambos conceptos.
Gobernar implica una tarea de compromiso con una visión clara de los hechos a encarar y con un equipo convencido de llevarlo adelante. Mandar es una forma primaria de ejercicio del poder donde se cree que se logra lo primero levantando la voz, humillando al colaborador más cercano y alimentándose de las lisonjas extendidas por temor o picardía.
En nuestra historia son pocos los casos de administradores eficaces y lúcidos. Eligio Ayala podría ser un caso excepcional que combinó visión y compromiso patriótico, en el sentido del sacrificio, no en el concepto de Paul Johnson, que lo define como el “último refugio de los canallas”. Ayala tuvo un gabinete de lujo y pudo adelantarse con visión de estadista a una confrontación bélica con Bolivia que, si hubiera sido enfrentada de la misma manera que lo hizo Francisco Solano López entre 1865-1870, la historia claramente sería diferente.
La administración de la guerra del 32 al 35 fue un ejemplo de administración eficiente de recursos y de talentos humanos. No importaron los colores. Ahí estuvieron liberales, colorados y los que posteriormente encarnaron los valores socialistas juntos para emprender una epopeya inolvidable.
Lamentablemente luego vino el mandar a sobreponerse sobre el gobernar y, como siempre, la administración pública y el país volvieron a crujir a su paso. La mediocridad, chapucería, adulonería y soberbia se implantaron como modelo. El liderazgo fuerte era sinónimo no de apego a las normas sino, por el contrario, era encarnado por el audaz que sometía con soberbia y resentimiento a los que podía, logrando como resultado una administración ineficaz y una pobreza generalizada.
En la tentación del mandar se encarnan los miedos más profundos del ser humano y lo exponen a sus más grandes debilidades. Habla, curiosamente, de forma clara de las limitaciones del que las ejerce antes que de las virtudes de los mandados. No se es eficiente mandando cuando los resultados suponen valores como el equilibrio, lucidez, inteligencia, moderación o sensatez que son demandados en tiempos como los actuales. El mandar es reprobado en sus consecuencias como modelo eficaz de gestión y por lo general termina sumiendo al pueblo en una mayor dosis de amargura o desencanto. Necesita casi siempre consumir altas dosis de mediocridad porque sus errores son tantos y evidentes que solo pueden intentar esconderse en ese ambiente de limitaciones y obsecuencia.
Los largos silencios en nuestra vida cívica han incubado un odio soterrado no expresado y las muestras patológicas de esa carencia explotan generalmente en forma de autoritarismos cercanos a desequilibrios sicológicos, que acaban por sumir al país en un mayor abandono y una falta de motivación para participar de la vida política. La inteligencia huye del ruido insultante y rechaza esos complejos de inferioridad que se disimulan en el grito, la intemperancia y la mediocridad.
Gobernar es descontentar, mandar es insultar. Entre la racionalidad antipática del gobierno de Eligio Ayala y las muestras degradadas del mandar de varios de los gobiernos posteriores, hay evidentemente una distancia donde los resultados hablan por sí solos. Y de nuevo, como siempre, la educación está en el trasfondo de este dilema existencial. La carencia de ella se vuelve insulto y su abundancia, capacidad para entender, aprehender y gobernar, empezando esto último... por uno mismo.