Nada humano de lo que sucede en el mundo, incluyendo la naturaleza, nos es ajeno.
Vamos a cumplirlo hoy yendo a la frontera entre Myanmar y Bangladés.
Desde el 25 de agosto del 2017 en total, son casi 700.000 los desplazados rohinyás que huyeron a Bangladés desde Myanmar el 25 de agosto de 2017, cuando se reanudó la violencia entre los militares del Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA) y los militares del ejército.
Estas personas vinieron a sumarse a otras 200.000, que ya habían escapado con anterioridad de Myanmar.
El futuro de más de 500.000 niños Rohinyás, hacinados en campos de refugiados en Bangladés son una “generación perdida”.
Así lo sostiene el último reporte de Unicef, publicado en la vigilia del primer aniversario del inicio de la crisis de refugiados. Según el organismo internacional, los menores que viven desde hace un año en los campamentos improvisados “no tienen acceso al sistema de educación. Se necesitan esfuerzos internacionales urgentes, para evitar que terminen cayendo en la más absoluta desesperación y frustración”.
Unicef advierte que los menores hacinados “en sofocantes campos de refugiados improvisados (del distrito) de Cox’s Bazar tienen ante sí un futuro desolador, con escasas oportunidades de aprender y sin la más absoluta idea de cuándo podrán regresar a casa”.
Manuel Fontaine, director de operaciones de emergencia, afirma en diálogo con Daca Tribune que “un tercio de los menores de hasta 14 años de edad goza de una red de centros de aprendizaje y espacios ‘para niños’ que les permiten de alguna manera recomenzar y brindan un poco de alivio en medio del ambiente hostil que los rodea.
Los refugiados viven al filo de la navaja: se sienten asolados por la incertidumbre con respecto al futuro y siguen traumatizados por lo que han visto en Myanmar”.
Hubo un acuerdo entre Myanmar y Bangladés para repatriarlos en enero del 2018, pero nada se hizo.