Cincuenta días después de aquella nueva pascua que tuvo lugar en el monte Calvario, en la fiesta de Pentecostés, vino el Espíritu Santo sobre los discípulos bajo la forma de lenguas de fuego. Los apóstoles, llenos del Espíritu de Dios, anunciaron a Jesús, y aquel día fueron bautizados unas tres mil almas. Era un nuevo bautismo, por el que aquellos peregrinos y los cristianos recibimos el fruto de la redención que nos ganó Jesús en la Cruz.
Pero Jesús sabía que ese fuego de amor salvífico iba a encontrar obstáculos, provocando división incluso dentro de una familia. Ya Simeón, ante Jesús niño, después de proclamarlo como salvador de todo los pueblos, anunció a María que sería “signo de contradicción”. Pero esa división no prevalecerá: El fuego y la luz son más intensos que el frío y las tinieblas. Los cristianos, por el bautismo, somos portadores de ese fuego de Jesucristo. Como dice san Josemaría: “Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.
(Frases de https://opusdei.org.).