La Virgen nos alienta en esta víspera del Nacimiento de su hijo a no dejar jamás la oración, el trato con el Señor. Sin oración estamos perdidos, y con ella somos fuertes y sacamos adelante nuestras tareas. Hemos de aprender a tratar cada vez mejor al Señor a través de la oración mental –esos ratos, como ahora, que dedicamos a hablarle calladamente de nuestros asuntos, a darle gracias, a pedirle ayuda..., ¡a estar con él!– y mediante la oración vocal, quizá también con oraciones aprendidas cuando éramos pequeños.
No encontraremos a lo largo de nuestra vida a nadie que nos escuche con tanto interés y con tanta atención como Jesús; nadie ha tomado nunca tan en serio nuestras palabras como él. Nos mira, nos atiende, nos escucha con extremado interés cuando hacemos nuestra oración.
La oración es siempre enriquecedora. Incluso en ese diálogo “mudo” ante el Sagrario en el que no decimos palabras: basta mirar y sentirse mirado. ¡Qué diferencia de la frecuente palabrería de muchos hombres, que nada dicen porque nada tienen que comunicar! De la abundancia del corazón habla la boca.
“Por eso, cuando no sepas ir adelante, cuando sientas que te apagas, si no puedes echar en el fuego troncos olorosos, echa las ramas y la hojarasca de pequeñas oraciones vocales, de jaculatorias, que sigan alimentando la hoguera. Y habrás aprovechado el tiempo”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal)