Había mucha gente en la casa. «En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No encontrando por dónde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús». Es una decisión muy audaz, que demuestra el cariño que tenían a su amigo. También se percibe la docilidad y la fe que el enfermo tenía en el poder curador del Maestro. Se había dejado descolgar, lo que había sido peligroso para su integridad. Estaba seguro de que tal vez se podrían repetir en él los milagros que Jesús había hecho en otras vecindades.
Tal vez alguno de los presentes pensó que el Señor se incomodaría por esa interrupción, sin embargo, cuando el enfermo tocó tierra otra fue la reacción del Maestro. Jesús quedó maravillado ante esta actitud; tanto, que el evangelio narra que «él, viendo la fe de ellos, dijo: “Hombre, tus pecados están perdonados”».
El Señor muestra que, ante todo, quiere sanar el espíritu. «El paralítico es imagen de todo ser humano al que el pecado le impide moverse con libertad, caminar por la senda del bien, dar lo mejor de sí. En efecto, el mal, anidando en el alma, ata al hombre con los lazos de la mentira, la ira, la envidia y los demás pecados, y poco a poco lo paraliza. Por eso Jesús, suscitando el escándalo de los escribas presentes, dice primero: “Tus pecados están perdonados”».
(Frases extractadas de https://opusdei.org).