Es así que el jueves pasado Fito llegó rodeado de esa aura. Era el concierto en homenaje a su disco más emblemático, aquel que contiene tantos éxitos que cualquier músico quisiera tener uno en su repertorio; El amor después del amor fue un punto de inflexión en su carrera y treinta años después decidió hacer una gira para festejar ese hito de su vida. La SND Arena estaba repleta, las entradas se habían agotado hacía tiempo y el ambiente transmitía una ansiedad que hasta los teloneros percibieron.
El grupo paraguayo Partes Iguales fue el elegido para hacer la previa al concierto. El vocalista agradeció que las luces se hayan apagado, de este modo la organización demostró un respeto hacia los músicos que tenían la misión de romper el hielo antes de la cita principal. De los cinco temas que tocaron, por supuesto resaltó Catalina, aquel hit de hace dos décadas que el público acompañó, demostrando así que sigue vigente en la memoria de todos.
Inicio. Y luego la apoteosis: Fito entró interpretando El amor después del amor acompañado de una corista y un grupo de músicos que en toda la noche expuso una calidad interpretativa envidiable. El orden de las canciones siguió al del disco; fue como volver a los 90 y poner play al CD para escuchar aquel fabuloso disco… pero en vivo.
Las versiones se replegaron hacia lo que fueron treinta años atrás, en la medida que esto puede hacerse, pues siempre hay introducciones, solos y otros añadidos inevitables; pero más allá de estos detalles, lo importante es que Fito se entregó a un público que le devolvió con creces cada una de las muestras de su ya conocida genialidad. Cada éxito que sonaba era efusivamente festejado y El amor después del amor revivía en los corazones para nunca morir.
Inspirado. En La Verónica vimos al Fito pianista, en Pétalo de sal ingeniosamente comentó que la inteligencia artificial jamás crearía a alguien como Luis Alberto Spinetta, y el aplauso fue estridente. Cuando llegó el turno de Un vestido y un amor fue tan bien recibido que, gratamente sorprendido, agradeció la ovación. El argentino a veces hablaba (y la acústica del coliseo para nada ayudaba a entenderlo), tal fue el caso cuando explicó el origen de El muro de los lamentos, en el cual Chabuca Granda fue una inspiración; según Páez la música latinoamericana tiene un ritmo que puede ser tenido como denominador común.
De esta manera, y sin darnos cuenta, se llegó al último tema del disco: A rodar mi vida, otro clásico que los fanáticos bailaron a rabiar.
Pero Fito no pensaba irse, había anunciado una sorpresa para el final y pidió diez minutos de descanso.
Recorrido. La segunda parte fue igual de explosiva. Sonaron canciones de otros discos, una muestra de los que había lanzado el cantante antes o después de El amor después del amor. Los “nuevos” fueron representados por Naturaleza sangre y Circo Beat (donde pidió una participación especial al público en el coro final), pero fue en las anteriores al disco homenajeado donde se notó una fuerza inusual.
La siempre emotiva 11 y 6 fue un ejemplo, pero una introducción bien larga dio paso a la emblemática Ciudad de pobres corazones, canción que se ofreció con una potencia fabulosa e ilustrada por unas imágenes aéreas de la ciudad de Rosario muy bien trabajadas digitalmente en la pantalla gigante que atrás acompañó icónicamente todo el concierto.
Enganchada a esta gran interpretación, Páez se salió del setlist de su tour y cantó Y dale alegría a mi corazón; este fue el regalo prometido y todos se despidieron agradecidos por su entrega y el cariño que siempre mostró hacia Paraguay desde aquella histórica primera presentación en 1988 (Rock San Ber).
Se esperaba una verdadera fiesta y nadie salió defraudado. Fito prometió volver y seguro cumplirá.
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