Carlos Elbo Morales
Pocas semanas antes de que la emergencia sanitaria obligara a la suspensión total de las clases presenciales en el 2020 y parte del 2021, la profesora y directora Selva Miranda estaba optimista.
Dicho optimismo se basada en los pronósticos hidrológicos que hablaban de una bajante del río. Ello significaba que la Escuela Básica Caacupemí, de Fe y Alegría, ubicada en el Bañado Norte de la capital, no se vería obligada a mudarse a causa de la inundación. Apenas unos meses antes habían vuelto.
Al suspenderse las clases a causa de la pandemia y con dos casos confirmados de Covid-19 en el país, la profesora Miranda, el cuerpo de docentes y los padres de los casi 300 alumnos se encontraron con el dilema de cómo seguir con las clases.
La realidad
La educación virtual resultaba un problema para una zona donde la escasez de recursos económicos y los problemas con la señal de internet son una constante.
Luego de una reunión con directores de instituciones educativas de los bañados y de otras zonas, se llegó a la conclusión de que la virtualidad no resolvería el problema que se presentaba.
Para solucionar la situación, se apeló a clases a través de la radio Fe y Alegría y cuadernillos para los alumnos. También se recurrió a los audios vía WhatsApp, que paliaban la incertidumbre del limbo educativo.
Pero en Caacupemí y otras zonas del Bañado Norte dentro de la Reserva Banco San Miguel, estas alternativas no resultaban suficientes. Muchas familias ni siquiera contaban con un teléfono con sistema Android para recibir los audios vía WhatsApp.
Por ello el plantel docente de la escuela tuvo que readecuar el plan educativo a su realidad. La inundación los había expulsado de su territorio varias veces. Pero también les enseño qué hacer ante las situaciones en que el derecho a recibir educación está en riesgo.
Con esa práctica, la directora de la escuela ya tenía idea sobre a qué personas e instituciones recurrir para que los alumnos continúen con el ciclo lectivo.
“El reto era ese, seguir educando. Que el distanciamiento sea físico, pero no de la misión de educar realmente”, dice convencida la directora.
Para hacer frente a ese tsunami de adversidades, los profesores empezaron a preparar los cuadernillos, que eran retirados por los alumnos con las respectivas indicaciones para la tarea, que luego eran corregidas. Todo ello se realizaba con las medidas de seguridad, aclara.
Cuando aún no habían vuelto las clases presenciales, los educadores de la escuela Fe y Alegría se organizaron en grupos semanales para atender a los alumnos, incluso yendo hasta sus hogares.
El acompañamiento de la comunidad también fue importante en todo este tiempo de dificultades.
Miranda cuenta que el trabajo de los docentes, varios de ellos del barrio, es acompañado por un equipo de padres y jóvenes voluntarios, entre los cuales se encuentran ex alumnos de la escuela.
“Cuando tenían dificultad con la tarea, hacíamos que un padre o un hermano mayor puedan ayudarle con el asesoramiento pedagógico que le brindábamos”, explica.
Incluso padres con escasa escolaridad pudieron recibir las directrices para ayudar a sus hijos, según cuenta.
La escuela está afincada en la zona hace 23 años. Desde el año 2012 cuenta con agua potable. La educadora recuerda cómo antes de contar con el vital líquido, debían dividir el tiempo entre las clases y buscar agua limpia.
Desde hace un tiempo, la escuela cuenta con un proyecto de cultivo de lechugas hidropónicas. El producto es comercializado con otros centros educativos. Lo recaudado es utilizado para llevar adelante reparaciones y otros gastos de la institución.
“La lección más grande que me dejó la pandemia es que tenemos que trabajar en comunidad”, dice la profesora Selva Miranda, al evaluar cómo la resiliencia fue el remedio ante el virus que afectó también a la educación.
MEC debía multiplicar la experiencia
La apuesta que hicieron los docentes como los de la Escuela Caacupemí es valorable dentro de un panorama de precariedad, señala el miembro del equipo de Educación del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj-Py), Ramón Corvalán.
“Por un lado muestra que algo se podía hacer. Pero también muestra que ese tipo de experiencia se hubiese potenciado y multiplicado bastante si es que el MEC tenía un conocimiento puntual de las necesidades concretas de cada territorio”, expresa.
Agrega que la pandemia mostró una desigualdad más en el campo de la educación. “Dicha desigualdad pasa por una exclusión tecnológica”.
La directora de la escuela, profesora Selva Miranda, comenta que prácticamente no hubo deserciones de alumnos en la institución. Incluso hubo familias que se mudaron del barrio, pero sus hijos siguen yendo a dicha escuela.
En base a los datos del Ministerio de Educación, un total de 90.000 alumnos quedaron excluidos de la escuela.
90.000 es la cantidad de alumnos que quedaron fuera del sistema educativo en el 2020, a causa de la pandemia.
300 es el número total de alumnos con los que cuenta la escuela Caacupemí del Bañado Norte actualmente.