24 abr. 2024

Es tiempo de lavarnos las manos y el alma

Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Podríamos quedarnos con las injustificables imágenes de los pobladores de diversos barrios de Asunción y otras ciudades que reclaman por largos días sin agua potable. ¿Cómo se entiende que el Ministerio de Salud exija lavarse las manos a cada rato para no contagiarse con el coronavirus, pero la Essap niegue el líquido vital? ¿O que la urgente solución a este drama no sea una prioridad para el Gobierno?

Podríamos quedarnos con las patéticas escenas de gente peleando a bordo de un ómnibus del transporte público, por la tensión entre la nueva disposición de que no suban pasajeros apretujados como en latas de sardina (como tendría que haber sido siempre) y el reclamo de quienes necesitan viajar “como sea” para llegar a sus lugares de trabajo y poder ganar el sustento diario.

Podríamos quedarnos con el lamentable cuadro de los comerciantes y dueños de farmacias que buscan lucrar con el miedo de la gente, alzando de manera abusiva los precios de los artículos más requeridos: Alcohol en gel, tapabocas, medicamentos, ante la inutilidad de los organismos encargados de proteger al consumidor.

Podríamos reiterar el conocido informe sobre un sistema de salud precario y colapsado en tiempos “normales” y en la apocalíptica suposición de lo que puede llegar a ocurrir si el Covid-19 se llega a expandir de manera incontrolada.

Sí, podríamos quedarnos con todo eso y mucho más... pero por esta vez propongo poner el foco en otros detalles, superar las teorías conspirativas y el hábito de ver solamente el lado oscuro de la luna, para rescatar algunas imágenes luminosas, aun ante el negro cuadro de la pandemia y las drásticas restricciones impuestas por las autoridades.

La vecina del barrio Sajonia, de Asunción, que instaló una mesita con una gran botella de alcohol en gel y toallas de papel en su vereda, a disposición de quienes pasen por el lugar. El supermercado de Ypacaraí que montó una cabina para el lavado de manos en la entrada del local, invitando a todos sus clientes a higienizarse antes de ingresar. Los empresarios que decidieron cerrar por catorce días sus locales y dar vacaciones a sus empleados, manteniendo sus salarios, aún sabiendo que van a perder mucho dinero. El intendente de Ciudad del Este que destinó lo recaudado en la Terminal de Ómnibus para construir un nuevo pabellón en el hospital regional, destinado exclusivamente a pacientes con coronavirus.

Son pequeñas y grandes acciones que denotan un espíritu de colaboración, de sacrificio y de solidaridad en un momento más que difícil. No es fácil cambiar pautas culturales de la noche a la mañana, pero la alarma está logrando que mucha gente valore el hábito de la higiene como un modo de proteger la salud personal y comunitaria. Y así como hubo cuestionables carreras consumistas en los supermercados y mucha información falsa corriendo en los teléfonos celulares, también empezaron a surgir maneras creativas de sentirse más juntos: Cadenas de oración a través de grupos de WhatsApp, conciertos musicales y propuestas artísticas que se pasan unos a otros por redes sociales en internet, platos de comida sobre las murallas, saludos y abrazos a distancia.

Las grandes crisis, las catástrofes, las situaciones límites, suelen sacar lo peor pero también lo mejor del ser humano. El forzado periodo de cuarentena nos traerá –además de situaciones de dolor y de pérdidas–, graves consecuencias económicas, pero también la oportunidad de aprender muchas cosas esenciales, como entender porqué necesitamos un mejor sistema de salud.

Ya tendremos la ocasión de seguir bajándole la caña a nuestras autoridades y reclamar justicia ante tantas arbitrariedades. Mientras, aprendamos a vivenciar los últimos versos de Jorge Drexler: “La paranoia y el miedo/ no son ni serán el modo/ de esta saldremos juntos/ poniendo codo con codo”.

Es tiempo de lavarnos las manos y el alma.

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