En el evangelio de hoy hay un elemento que llama poderosamente la atención: La estrella que guía a los Magos desde Oriente hasta Belén. Dios pudo valerse de esas nociones para conducirles hasta Jesucristo. En esa perspectiva, el sentido del pasaje es claro: Los magos comienzan su itinerario desde la revelación de Dios en la naturaleza, la estrella, pero tienen que pasar por la revelación en las Escrituras de Israel (En Belén de Judá –le dijeron–, pues así está escrito por medio del Profeta) para encontrar al verdadero Dios (1).
En cualquier caso, la luz propia y el movimiento de esta estrella condujo a los Magos hasta Jesús, como solemos representarla en los nacimientos. Más adelante, después de sortear las argucias de Herodes, los Magos por fin encontraron al Niño con su Madre, y la estrella pasó a un segundo plano pues su misión ya había sido completada. Lo que ahora tenían delante los Magos ya no era un elemento cósmico espectacular, sino un sencillo niño –en apariencia normal y corriente– ante el que se postraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra.
Los Magos, como escribía san León Magno, representan a toda la humanidad, que desde aquel momento recibió la llamada a la Salvación precisamente a través de ese pequeño Niño…
Sin embargo, aunque mirar al cielo puede ayudarnos a despertar, la verdadera estrella del mundo y de la historia, la que es origen y da sentido a las demás, está mucho más cercana a nosotros de lo que lo están los demás astros del firmamento. Jesús, en el pesebre o en brazos de su Madre, desea llenarnos con su luz, que nunca se apaga, para que también nosotros podamos ser estrellas que le ayuden a llenar el mundo y la historia con su claridad.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-es/gospel/evangelio-solemnidad-epifania-6-enero/).