Arq. Carlos Zárate
Docente FADA/UNA
czarate@arq.una.py
Roberto Fernández es uno de los críticos argentinos de arquitectura de mayor renombre internacional. Docente de arquitectura, autor de numerosas investigaciones y publicaciones, fue decano en varias oportunidades (la primera, con 26 años de edad), ha ganado también varios concursos de proyectos de arquitectura. Visitó varias veces Paraguay, la primera vez fue hace ya unos veinte años. A mediados del pasado mes de junio, desarrolló el seminario El proyecto americano en el flujo local-global, en la sede de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte de la Universidad Nacional de Asunción. A invitación suya, lo acompañaron dos referentes de la arquitectura nacional: Carlos Colombino y Solano Benítez. En medio de esas jornadas, concedió esta entrevista.
-¿Cambió mucho la arquitectura paraguaya en los últimos veinte años?
-Sí. De las primeras visitas, recuerdo cosas un poco exóticas como la arquitectura de Pindú, con la utilización libre de recursos historicistas y ciertas características ligadas al gusto de capas altas de la población. También vi obras de Luis Alberto Boh y Pablo Cappeletti. En otras venidas, vi obras de los más jóvenes en ese momento, como Javier Corvalán o Solano Benítez. Ahí veía que aparecía una arquitectura con más pertinencia local o regional, y me despertaba interés que lo hicieran en un contexto acotado. Es una arquitectura con bastante propuesta, con una voluntad de meterte en esta cuestión tan inasible que es la identidad, hacer una arquitectura contemporánea en el sentido del manejo de las estéticas, pero al mismo tiempo que sea del lugar, muy específico, quizás por su fundación en un manejo determinado, de lo constructivo, por una cierta concepción de la materialidad “pobre”, ingeniosa diría. En esta última vez, percibo una arquitectura bastante ambiciosa ligada a lo cosmopolita, como los grandes hoteles o ese gran proyecto de torres de oficinas (WTC). Esa arquitectura responde también a una época, un mercado, una necesidad y una tendencia a que las ciudades sean cada vez más homogéneas, lo que algunos autores llaman la “macdonalización” del mundo. Arquitectura que revela una expansión de la profesionalidad porque eso, quince años atrás, hubiera estado hecho quizás por extranjeros.
-En la actualidad, ¿se hace de algún modo más fácil o difícil la actividad para el investigador, el teórico y el crítico de arquitectura?
-Es relativo. Vivimos en un mundo de cambios muy profundos y acelerados. No todos están equipados para entender ese proceso. La arquitectura se enfrenta a la responsabilidad de participar de esta nueva situación con circunstancias que van a exigir más creatividad, como la crisis de la sustentabilidad o los fenómenos del posfordismo. Situaciones que se presentan como fértiles para imaginar nuevas actuaciones de la arquitectura, que posiblemente deban fundarse en investigaciones previas antes que existan las prácticas concretas, o sea, delimitaciones previas de los campos posibles de actuación. Por ese lado, es un momento muy interesante. Por el otro, es un momento un poco decadente, porque si uno compara la situación con la de los años 60 o 70, la arquitectura hoy es menos protagónica. Se convirtió en un bien suntuario. Cuando empecé a trabajar de arquitecto podía vivir razonablemente bien, proyectando 8 o 10 casas por año. Tenía una relación generacional con mis clientes. Podían conseguir un crédito, eran profesionales muy jóvenes. Eso hoy es muy difícil que ocurra. Era una relación de la arquitectura con la clase media, una arquitectura de barrio. Hoy, el escenario de inserción laboral de una persona recién recibida es más complejo, y probablemente tenga que caer a trabajar en relación de dependencia con grandes estructuras o estudios que subcontratan, es una práctica distinta, a veces muy sesgada, muy fragmentaria. En resumen, prospectivamente, este momento tiene la potencia de entender y descubrir el futuro y encontrar ahí el potencial de oportunidades. Para eso es importante la experimentación social, la investigación, estudiar cómo cambia la sociedad. Hoy las formas familiares y laborales son otras. Son cosas sobre las cuales la arquitectura tendría que reflexionar.
-Sobre el tema de tu visita actual: El proyecto americano en el flujo local-global, ¿por qué es necesaria esa dualidad?
-Es una condición de la cultura contemporánea. Hoy, los aislacionismos en el sentido de microculturas locales o regionales son imposibles. Vivimos en un bombardeo de información, en cualquier posición en la tierra uno está en contacto con el mundo de la globalidad. Globalidad que significa un aplanamiento de las diferencias, eso que algunos autores llaman el “pensamiento único” o los “no lugares”. Por otro lado, existe la tensión entre nueva civilización global, que choca o se dialectiza con las culturas locales, porque por más que están siendo centrifugadas por lo global, siguen existiendo. En Paraguay la gente toma tereré y una lista de muchas cosas que forman parte de la “paraguayidad”, o lo propio de una ciudad como Asunción. O aun en Asunción debe haber circunstancias diferentes en un barrio respecto de otro. Eso es cultura local o microculturas. Lo que yo digo es, plantearse un proyecto americano, una cosmovisión latinoamericana que ya ha sido construida en otras dimensiones, como la literatura o las artes. Ahora hay ciertas convergencias políticas progresistas también de construcción de lo latinoamericano, y en ese campo la arquitectura todavía tiene una deuda consigo misma, que es pensar una manera de proyectar que sea latinoamericana. Pero esto no lo puedo considerar como algo esencialista, elitista, anacrónico, vinculado al tradicionalismo o al folclore, porque cualquiera que proyecte en cualquier lugar del mundo está confrontado con el flujo de lo global. Ese es el problema que tenemos que resolver: proyectar en condición de pertenecer a este archipiélago en Latinoamérica, fortalecer la identidad de las culturas locales, procesando, interpretando, criticando, seleccionando aquello que nos viene dado por el flujo de la pertenencia a una civilización global.
-¿Y qué rol desempeña la arquitectura como disciplina hoy en este contexto?
-La arquitectura perdió potencia social, está más del lado de satisfacer el deseo que la necesidad, se convirtió en una mercadería cultural. Uno toma una revista de arquitectura de treinta años atrás y había hospitales, escuelas, sin embargo, en las de hoy hay shoppings, aeropuertos, museos, es decir, algo que pertenece a ese mundo simbólico, del estatus, de la demarcación de una sociedad que también se ha complejizado. Entonces el mito de la convivencia de clases hoy es mucho más discutible. Hay muy pocas cosas de arquitectura que comparten las diversas clases. Y eso, hace unos años no ocurría. Son los fenómenos que tiene que tratar la teoría, que tiene que enseñar la facultad, que tienen que regular las asociaciones de profesionales, que tienen que criticar las revistas o los ámbitos del periodismo, para que este debate evolucione. Tampoco hay que ser apocalíptico. El mundo tiene unos procesos de cambio. No podemos ser nostálgicos o renegar las cosas del pasado que ya no se repiten o condiciones que ya no existen. Hay que redoblar el esfuerzo analítico, crítico, investigativo. La arquitectura que hay que hacer en el futuro la tienen que procesar primero los pensadores, no va a surgir de arrebatos esteticistas. Hay que hablar de presupuestos, programas, materiales, tecnologías, de relaciones con la ciudad.
-¿Seguimos siendo laboratorio, ya sea foráneo o latinoamericano propiamente dicho?
-En los últimos años daría la impresión de que no, por esta idea de la recomposición del mundo. Habría primero que definir qué es Latinoamérica hoy, pero está claro que Brasil es una potencia mundial hace diez años, entonces ya la situación es diferente. Y de aquí en adelante me parece que se va a potenciar esta especie de fragmentación, con lo cual dentro de 20 o 30 años ya habrá que escribir otro libro, algo así como “el laboratorio europeo”.