01 jun. 2024

Entre protestas y propuestas

Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

manifestación Congreso

Hombres, mujeres y niños con carteles y banderas durante el segundo día de manifestación.

Foto: Andrés Catalán

Es lindo y motivador ver a la gente en las calles con cánticos y banderas, protestando contra la corrupción y la ineficiencia gubernamental, rexigiendo cambios. Es lindo… pero es muy peligroso.
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Señalar esto probablemente nos convierta en reaccionarios y antipopulares a los ojos de quienes se están manifestando, pero no por ello deja de ser verdad. Aunque muchos creen que la “alerta roja” es solo una estrategia para desactivar la rebeldía ciudadana, más allá de que algunas autoridades y líderes políticos lo vean como una oportunidad maquiavélica, los crecientes números estadísticos de los contagios y las muertes no son un invento.

Es cierto que la mayoría de los manifestantes acuden a las marchas con tapabocas, pero también hay muchos que no los usan. No se guarda el distanciamiento físico recomendado y en la adrenalina de la pasión patriótica se producen abrazos efusivos, muchos se sacan las mascarillas para discursear y gritar consignas, se comparten botellas de agua o latitas de cerveza, especialmente entre los jóvenes más impetuosos. Los expertos médicos alertan de que hay altas posibilidades de aumentar el contagio de coronavirus en las movilizaciones, al igual que en las fiestas clandestinas o en las reuniones familiares masivas.

El Paraguay vive su momento más crítico de la pandemia de Covid-19. A cada hora muere una persona que ha contraído la enfermedad. Los hospitales están colapsados, las camas de terapia intensiva están prácticamente todas ocupadas en centros públicos y privados. Si te enfermás gravemente y necesitás una cama… no hay. Conozco a gente querida que murió esperando que le consigan un sitio para cuidados intensivos. Y las vacunas, ya lo sabemos, llegarán muy lentamente.

Contradictoriamente, es este cuadro de crisis de salud y corrupción el que provocó que la gente salga a las calles a exigir respuestas (incluyendo el pedido de que renuncie el presidente de la República y el vicepresidente, o que sean echados por juicio político). Pero esta misma situación –la de salir a reclamar que todo mejore– también la está agravando. Es un paradójico círculo vicioso.

Que se entienda bien: no estamos planteando que la gente deje de movilizarse y manifestarse. Simplemente, apuntamos que es necesario poner también en la balanza el grave riesgo de salud que implica seguir haciéndolo del modo poco cuidado en que se está haciendo. Quizás se pueda pensar en maneras más creativas de ejercer derechos de protesta y de expresión en modo Covid.

En otro plano, sin desactivar las protestas, hay que pensar más en las propuestas. Por su carácter de autoconvocación, con mucho de espontaneidad, las movilizaciones no tienen liderazgos asumidos (aunque en el Gobierno digan lo contrario), ni estructura de seguridad ni una hoja de ruta muy clara. Esa es su fortaleza, pero a la vez su debilidad. Hay dispersión y desacuerdos en las convocatorias. Son vulnerables a los violentos que desnaturalizan la adhesión de una mayoría.

¿Qué se espera lograr, si no prosperan las renuncias ni el juicio político? ¿Cómo continuar, si se va perdiendo fuerza o se agrava la crisis? ¿Cómo construir alternativas viables, más allá de la indignación y de la rabia? Es bueno debatir también estos puntos.

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