Tomás Osorio arrastra una máquina oscura en la costa del lago Ypacaraí, en Areguá. El movimiento que hace es como si estuviera cortando el césped. Pero el aparato no tiene cuchillas y en el suelo predomina la arena, el lodo y la basura de todo tipo.
Tic... tic...tic... El aparato empieza a sonar insistente. Tomás, entusiasmado, cava el suelo con una pala pequeña de plástico. Lo hace en el punto exacto donde el artefacto empezó a sonar. Nada es lo que parece. “Es solo una tapita de cerveza. Pero igual, no hay que dejar de revisar”, expresa como animándose a sí mismo.
Tomás se compró un detector de metales y aprovecha la bajante de las aguas del lago Ypacaraí para buscar algún metal de valor que pueda quedar al descubierto tras el estiaje.
“Lo hago por hobby, aprovechando que hoy no abrí mi despensa en Itauguá. Con la bajante, muchos objetos que se cayeron de los turistas pueden aparecer”.
“Cualquier cadenita de plata viene bien”, comenta mientras se dispone nuevamente a mover de un lado para el otro el aparato. ¿Conseguirá algo?
En una de las manos sostiene la palita, como preparado para actuar ni bien marque la señal. Por su espalda cruza un bolso negro para guardar la máquina y lo que, posiblemente, pueda encontrar en la playa municipal. Viste una bermuda, remera mangas cortas de algodón y zapatillas. El atuendo ideal para afrontar la jornada calurosa y húmeda.
En su entorno, el ambiente es desolador. El agua retrocedió bastante. La superficie está totalmente seca bajo el caminero de madera que da al muelle y unos metros más después de esta estructura. Los botes de madera están en fila, como abandonados en la costa. Ningún canoero aparece en la zona.
Desde la sombra de un árbol, varios funcionarios municipales observan a Tomás, mientras se disponen a tomar tereré luego de la cotidiana limpieza que realizan en el predio. También se preguntan si el hombre encontrará algún objeto de valor en el sitio donde hace tiempo se prohíbe el baño.
La mañana nublada no parece ser muy fructífera para el buscador de metales valiosos. Pasan varios segundos, minutos y hasta horas. El sonido se repite frecuentemente pero el resultado siempre es el mismo. Otro residuo de latita.
Estiaje. El lago Ypacaraí presenta una crítica bajante, al igual que otros cauces del país. Falta de lluvia, efecto del cambio climático y las intervenciones humanas serían algunas causantes de la bajante considerable, según el hidrogeólogo Celso Velázquez.
“Además de la falta de lluvia, el estiaje es un efecto del cambio climático, se da por la alta temperatura, entonces hay mucha más evaporación del agua que antes”, indica.
En cuanto a las actividades humanas, señala que: “las acciones antrópicas en los humedales como canalizaciones en tiempo pasado afectan considerablemente la entrada normal de las aguas a través de los humedales del Yukyry, por ejemplo. Las intervenciones para ganar terreno, para el sector productivo, hicieron que la vulnerabilidad sea bastante atacada en el lago”.
El arroyo Pirayú también es otra fuente importante que ingresa por el lado este al lago, afirma Velázquez. Pero esta descarga –indica– disminuyó por las acciones realizadas por el ser humano en la zona.
“Y los arroyos más pequeños que desembocan directamente de las ciudades también disminuyeron en caudal por la sequía y la urbanización acelerada en los últimos tiempos que ha colmatado los arroyos y nacientes que llegaban al lago”.
Trabajos para restauración de humedales es clave, recomienda. La bajante también puede aprovecharse para realizar dragado. Como una forma de disposición de los sedimentos resultantes de esta intervención, estos pueden ser utilizados para crear rellenos que sirvan como islotes turísticos, considera.