LA DORADA ERA ARGENTINA. En 1933, Enrique Telémaco Susini rodó, con guion de Enrique Malfatti, Los tres berretines. En una época en la que el profesionalismo estaba gestándose, el fútbol argentino era tan notorio como su tango. Sus héroes compartían el mismo mundo y la misma celebridad en las calles y los salones. Como el baile, tarde o temprano, la pelota llegaría a las pantallas del populoso cine bonaerense, como antes ambos habían conquistado la radio.
La película era consciente de la atracción que ejercían las manifestaciones del quehacer popular, a las que se arrojaban los porteños en la moderna cultura del ocio en las ciudades. Los berretines (pasatiempos), que el padre persigue en sus hijos por distraerlos de las labores de su ferretería familiar, son el tango, el fútbol y el cine. Aquí tiene unas tomas un joven Aníbal Troilo, el gran tanguero y compositor de La última curda, hincha impenitente de River.
Ídolo de este equipo en los años 30, Bernabé Ferreyra (1909-1972) atraía a las multitudes por su capacidad goleadora. En 1937, llegó a los cines El Cañonero de Giles, la historia de un romperredes que encuentra inspiración, adquiriendo la fuerza de Ferreyra, cada vez que oye el ladrido de un perro. Es una película de rasgos insólitos, protagonizada por el carismático Luis Sandrini, quien hizo su fulgurante aparición cómica en Los tres berretines. El cañonero de Giles era promocionada por el mismo actor caminando sobre el césped de la antigua cancha de River, antes de los primeros partidos de hace 83 años.
Así como en la película de 1933 puede verse la vieja Visera, el estadio del Rojo de Avellaneda; en la de 1937 se ven las antiguas instalaciones del club millonario. Los dos filmes son, entonces, documentos audiovisuales caros al fútbol argentino.
En la década siguiente, el cine italiano con fuerte raigambre social comenzó a influir en el argentino. En 1948, Pelota de trapo es una producción que se centra en la pobreza del extrarradio de Buenos Aires y la relaciona con los sueños del fútbol. En este caso, el Comeuñas es un niño que tiene una pelota de trapo y que, en el transcurso del film, lucha por convertirse en futbolista profesional. Armando Bo, quien luego trabajaría con Augusto Roa Bastos en historias de origen paraguayo, es aquí el actor principal. El periodista de El Gráfico, Borocotó, fue uno de los guionistas.
LOS ORÍGENES ESCOCESES. En 1950, el gran poeta tanguero Homero Manzi (Sur, Malena) fue guionista de Escuela de campeones, estelarizada por Jorge Rigaud. Es una película que rememora la historia del equipo que dominó los primeros años de la era amateur en Argentina, con los siete hermanos Brown. El Alumni Athletic Club estaba formado por estudiantes y exas del Buenos Aires English High School, dirigido por el escocés Alexander Watson Hutton. Graduado en Filosofía, había renunciado a la escuela bonaerense St. Andrews, que lo había traído desde Escocia, pues allí no aceptaban las ideas del pedagogo inglés Thomas Arnold. Este defendía la introducción del deporte en la malla curricular de las escuelas y había influenciado en el francés Pierre de Coubertin en la creación de las Olimpiadas.
“No hay un solo inglés en la fundación del fútbol argentino”, afirma Pablo Alabarces, en Historia mínima del fútbol en América Latina (2018). Escuela de campeones es un asunto escocés (y argentino) en cuanto a los orígenes del amateurismo. En Los tres berretines y El cañonero de Giles están la mitología heroica de los primeros años del profesionalismo, con sus estrellas como de cine, además de la música de la Buenos Aires de antaño. En esos años 30 (como hace poco recordó el novelista Bernardo Neri Farina, hincha de Guaraní), fueron goleadores Arsenio Erico (1937-38-39) y Delfín Benítez Cáceres (1940). Son los años, también, en que la guarania paraguaya suena en los rincones más inesperados de la gran ciudad que refundaron, en 1580, Juan de Garay y Ana Díaz, vecinos de Asunción del Paraguay.
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Bernabé Ferreyra visto por Borocotó
En 1939, en el año de su retiro, Ferreyra conversó, para la revista El Gráfico, con el prestigioso periodista Borocotó. En aquella extensa nota al futbolista en cuya vida está basada El cañonero de Giles, Borocotó le preguntó cuál fue su mejor partido. Bernabé respondió:
—No sé... dicen que nunca jugué como aquella tarde del 32 en que Independiente nos ganó cinco a cero... Ya ves: perdimos y no hice ningún tanto...
Entonces Borocotó describe aquella tarde del 32: “Dicen... y acaso sea cierto como expresión de voluntad. Ese día todo River Plate desapareció de la cancha, excepto Bernabé. Hasta el último minuto jugó con una voluntad ejemplar. Venía a buscar la pelota hasta su arco, la llevaba, quería descontar ventajas, hacer lo imposible. Quienes concurrieron a ese partido para ver al formidable goleador se encontraron con un hombre que en el match más ingrato para su equipo siguió derrochando energías, buscando el arco adversario hasta que el silbato lo dio por finalizado. Ni un gesto hizo. Serenamente se fue para la casilla. Con la cabeza baja, tranqueando cansado, abandonó el field. No puede decirse que haya sido su mejor partido. En muchos otros demostró igual espíritu de lucha y marcó goles, pero esa tarde en que todo River estaba descentrado, aturdido, desorientado, solamente un hombre daba el magnífico espectáculo de no entregarse”.