19 ago. 2025

El trono de Jesús es la cruz, dice el Papa en Solemnidad de Cristo Rey

Hoy meditamos el Evangelio según San Juan 18, 33b-37

En una homilía de la misa que presidió el papa Francisco, en la Plaza de San Pedro, dijo: “Su realeza es paradójica: Su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas”.

Francisco subrayó que la grandeza del reino de Cristo “no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas”. “Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: La injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos”.

El Santo Padre señaló que en esta Solemnidad “proclamamos esta singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: Con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca”.

El Papa exhortó además a los fieles a acoger “personalmente” a Jesús y reconocerlo como “el Señor de nuestra vida”. En una reflexión sobre el evangelio de hoy, el papa Francisco dijo: “Jesús ha realizado el reino: Lo ha hecho con la cercanía y ternura hacia nosotros.

[...] Después de su victoria, es decir, después de su Resurrección, ¿cómo Jesús lleva adelante su reino? El apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, dice: “Es necesario que Él reine hasta que no haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies”.

Es el Padre que poco a poco ha puesto todo bajo el Hijo, y al mismo tiempo el Hijo pone todo bajo el Padre, y al final también Él mismo.

Jesús no es un rey a la manera de este mundo: Para Él reinar no es mandar, sino obedecer al Padre, entregarse a Él, para que se cumpla su diseño de amor y de salvación. De este modo existe plena reciprocidad entre el Padre y el Hijo.

El tiempo del reino de Cristo es el largo tiempo de la sumisión de todo al Hijo y de la entrega de todo al Padre. “El último enemigo en ser vencido será la muerte”. Y al final, cuando todo será puesto bajo la majestad de Jesús, y todo, también Jesús mismo, será puesto bajo el Padre, Dios será todo en todos.

La Palabra de Dios nos recuerda que la cercanía y la ternura son la regla de vida también para nosotros, y sobre esto seremos juzgados. Este será el protocolo de nuestro juicio. Es la gran parábola del juicio final de Mateo 25.

El Rey dice: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me acogiste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme”. Los justos le preguntaran: ¿Cuándo hicimos todo esto? Y Él responderá: En verdad les digo: Que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron”.

La salvación no comienza en la confesión de la soberanía de Cristo, sino en la imitación de las obras de misericordia mediante las cuales Él ha realizado el Reino.

Quien las cumple demuestra que ha recibido la realeza de Jesús, porque ha hecho espacio en su corazón a la caridad de Dios.

Al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor, sobre la projimidad y sobre la ternura hacia los hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o no en el reino de Dios.

Jesús, con su victoria, nos ha abierto su reino, pero está en cada uno de nosotros entrar o no, ya a partir de esta vida –el Reino inicia ahora– haciéndonos concretamente prójimo al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis.

Y si verdaderamente amamos a este hermano o aquella hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más precioso que tenemos, es decir, ¡Jesús mismo y su Evangelio!

(De www.aciprensa.com y www.pildorasdefe.net, www.vaticannews.va)