Semanas atrás, Alberto Acosta Garbarino describió en estas páginas los nefastos efectos de la “troika” que nos empobrece. Los tenebrosos integrantes de esta troika serían los políticos clientelistas, los sindicatos públicos y los empresarios prebendarios proveedores del Estado, que en luctuosos contubernios logran esquilmar al Estado y al pueblo de los recursos que podrían ser destinados a las inversiones sociales y de infraestructura.
Las consecuencias de esta troika son bien conocidas: un Estado carcomido por la corrupción; recursos que, destinados al alivio de la pobreza, terminan enriqueciendo a políticos y sus secuaces; y, lo más grave, una mermada tasa de crecimiento de la economía que restringe el progreso social que beneficiaría a todos, ricos y pobres.
Si hemos de encontrar un antídoto a esta troika viciosa, vale la pena considerar los factores que han impulsado el extraordinario progreso de la humanidad en los últimos doscientos años. En efecto, hasta mediados del siglo XVIII, poco había cambiado en las condiciones de vida de las personas desde tiempos prehistóricos. Para la gran mayoría de la humanidad, la vida era “pobre, desagradable, brutal y corta”, en la expresión de Thomas Hobbes.
La media mundial de expectativa de vida era 29 años. Hoy es 71 años. Las hambrunas eran endémicas aun en los países más desarrollados, y millones morían cada año por falta de alimento. La medicina, si se la puede llamar tal, era sanguinaria, cruel e ineficaz. El 95% de la población mundial vivía en condiciones de extrema pobreza. Hoy, esa cifra es menos de 10%, y uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), perfectamente alcanzable, es reducirla a 0% para el año 2030.
El ciudadano medio de la mayoría de los países del mundo vive hoy mejor, con más seguridad, por más años, con más salud y mejor alimentación que reyes y príncipes de épocas pasadas.
¿Cuáles fueron los factores que permitieron, en tan corto tiempo, este asombroso avance del bienestar mundial? Son muchos, pero tres se destacan por lejos de los demás por su colosal impacto: la ciencia, la economía de mercado y el buen gobierno. Estos factores son las tres patas del trípode virtuoso que sostiene el progreso de la humanidad.
La ciencia es la pata cardinal, ya que en la ciencia y en los descubrimientos científicos subyacen casi todos los indicadores de progreso. La invención de los fertilizantes multiplicó los rendimientos agrícolas, y la invención de las maquinarias rurales facilitó la siembra y cosecha de esos rendimientos. El descubrimiento de las vacunas y los antibióticos redujo dramáticamente la mortalidad por enfermedades infecciosas. En fin, la lista de logros científicos es vasta, y su trascendencia es gigantesca.
La economía de mercado es la herramienta que permite que los frutos del avance de la ciencia lleguen a más personas, con menor costo y con mayor calidad, estimulando la innovación en un ambiente de competencia que recompensa al que produce mejor y a menor precio.
Y el buen gobierno hace que todos estos beneficios se distribuyan de manera sostenible y equitativa a los habitantes de cada país. En nuestro continente tenemos penosos ejemplos de cómo malos gobiernos, populistas e incompetentes, implementando políticas irresponsables, han logrado devastar economías con incomparable potencial de prosperidad.
A la troika viciosa se debe oponer el trípode virtuoso, fomentando la investigación y las ciencias, defendiendo la economía de mercado de los embates de monopolistas y estatistas, y eligiendo gobernantes íntegros y capaces que promuevan una democracia real y transparente, con sanas y prudentes políticas económicas.