06 ago. 2025

El sueño frustrado de la primera profesora en el espacio

Washington, 28 ene (EFE).- Christa McAuliffe, una profesora de 37 años, iba a ser la primera ciudadana común en viajar al espacio, pero murió poco después de despegar en el accidente del transbordador Challenger, una tragedia que frustró la aspiración de la NASA de enviar civiles al espacio.

Fotografía de archivo cedida por la NASA tomada en noviembre de 1985 que muestra la tripulación del Challenger (de izda a dcha, fila de abajo) Mike Smith, Dick Scobee, Ron McNair y (de izda a dcha fila de atrás) Ellison Onizuka, Christa McAuliffe, Greg Ja

Fotografía de archivo cedida por la NASA tomada en noviembre de 1985 que muestra la tripulación del Challenger (de izda a dcha, fila de abajo) Mike Smith, Dick Scobee, Ron McNair y (de izda a dcha fila de atrás) Ellison Onizuka, Christa McAuliffe, Greg Ja

McAuliffe había sido seleccionada entre 11.000 profesores de todo el país que, como ella, querían ir al espacio para contarlo con palabras que todo el mundo pudiera entender.

La agencia espacial estadounidense (NASA) comenzó a soñar con enviar gente de a pie al espacio en los años setenta, pero no fue hasta 1984 cuando el entonces presidente, Ronald Reagan, anunció que quien marcaría ese hito sería un profesor.

“He dado luz verde a la NASA para que empiece a buscar en todas nuestras escuelas elementales y secundarias. El primer pasajero será uno de los más excelentes del país, un profesor”, dijo Reagan.

“Cuando el transbordador despegue, todo el país recordará el papel crucial que los profesores y la educación desempeñan en la vida de nuestra nación. No puedo pensar en ninguna lección mejor para nuestros niños y nuestro país”, añadió en un discurso.

La NASA hacía con este programa un exitoso ejercicio de relaciones públicas: la nación entera estaba emocionada con la aventura de enviar el primer educador al espacio, sobre todo los escolares.

El proceso fue seguido con entusiasmo por la televisión de la época. Las cintas muestran imágenes de la emoción que tenían los 140 seleccionados cuando viajaron a Washington una semana para familiarizarse con la historia espacial y recibir clases.

El 19 de julio de 1985, desde la Casa Blanca, el entonces vicepresidente George H.W. Bush anunciaba que la elegida era una profesora de Concord, una ciudad de Nuevo Hampshire con apenas 40.000 habitantes.

La nación conocía entonces a Christa McAuliffe, una joven e ilusionada profesora de historia, inglés y economía casada con un abogado y madre de dos hijos.

“He hecho nuevos amigos maravillosos en las últimas dos semanas. Cuando el Challenger despegue quizás yo sea un cuerpo, pero son diez almas las que llevo conmigo”, dijo McAuliffe entre lágrimas tras conocer que había sido la elegida.

“Quiero humanizar los viajes espaciales ofreciendo la perspectiva de alguien que no es astronauta. Creo que los estudiantes verán eso y dirán, es una persona ordinaria que está contribuyendo a la historia”, comentó la profesora en una entrevista televisada ese mismo día.

Mientras McAuliffe y su eventual sustituta, Barbara Morgan, se preparaban con los astronautas del Challenger, la NASA prosiguió con la segunda fase de su programa civil: iba a elegir al primer periodista en viajar al espacio.

La agencia quiso desde el principio que los candidatos fueran personas que pudieran hacer una contribución a la literatura espacial. Se pensaba en profesores, periodistas, artistas o poetas.

Más de 1.700 periodistas se apuntaron, entre ellos Tom Wolfe, el padre del llamado Nuevo Periodismo, y Walter Cronkite, un veterano presentador de CBS experto en el programa de los transbordadores.

Dos semanas después de que terminara el plazo de solicitudes para los periodistas, todo cambió. El sueño de la NASA de enviar ciudadanos comunes al espacio se frustró una fría mañana de enero, cuando el mundo entero vio en directo por televisión cómo el Challenger explotaba apenas un minuto después de despegar.

Las imágenes de entonces muestran la confusión de los periodistas y de los astronautas del centro de control que informaban en directo. Pocos segundos después, se puede ver el dolor y la incredulidad de los familiares de la tripulación. Entre ellos los padres, el marido y los hijos de Christa McAuliffe.

No era la primera vez que morían astronautas en Estados Unidos, en 1967 los tres tripulantes del Apolo 1 perecieron al producirse un incendio en el módulo de comando durante un ensayo en Cabo Cañaveral (Florida).

Pero el Challenger tuvo un impacto mucho mayor, en buena medida por la emoción que había despertado en el país ver a una persona común, una profesora, en el espacio.

“Era un momento muy malo para la educación, había habido un informe muy duro con el sistema. Entonces era común oír que los que valen, valen y los que no, se hacen profesores. Christa contribuyó a cambiar esa percepción”, dijo recientemente en una entrevista Barbara Morgan, la eventual sustituta de McAuliffe.

Morgan viajó al espacio, pero eso no ocurrió hasta 2007. La tragedia del Challenger aniquiló el entusiasmo que la NASA y los estadounidenses habían mostrado por el programa y confirmó las reticencias de algunos astronautas sobre su seguridad.

La agencia llegó a seleccionar a 40 periodistas en los meses posteriores a la explosión, pero en julio de ese año anunció que el programa quedaba suspendido y que podrían pasar años hasta que el primer periodista pudiera viajar al espacio.

Hoy se cumplen 30 de aquella tragedia, con la NASA ya sin transbordadores espaciales desde julio de 2011 y con el sueño de enviar al espacio a ciudadanos comunes en manos de compañías privadas.

Cristina García Casado

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