Hoy meditamos el evangelio según San Lucas 18:35-43. Algunos padres de la Iglesia señalan que este ciego a las puertas de Jericó es imagen “de quien desconoce la claridad de la luz eterna”, pues en ocasiones el alma puede sufrir también momentos de ceguera y oscuridad. El camino despejado que vislumbró un día se puede tornar menos claro, y lo que antes era luz y alegría ahora son tinieblas, y una cierta tristeza pesa sobre el corazón.
Si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó –Bartimeo, el hijo de Timeo– nos lo enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano, hacer más intensa nuestra oración, para que tenga misericordia de nosotros. Él, aunque parece que sigue su camino y nosotros quedamos atrás, nos oye. Pero es posible que nos suceda lo que a Bartimeo: Y los que iban delante le reprendían para que se callara.
Tomemos ejemplo del ciego: Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten piedad de mí. “Ahí lo tenéis: aquel a quien la turba reprendía para que callase, levanta más y más la voz”.
El papa Francisco, a propósito dijo: “Esto sucede con frecuencia, entre creyentes, somos esos que están con el Señor. Y de tanto mirarlo no vemos la necesidad del Señor, que tiene hambre, sed, que está en prisión, en el hospital. Ese Señor, en el marginado. Y este clima hace mucho mal”.