29 may. 2025

El “exceso de liquidez” ronda como un fantasma

Por ROBERT SAMUELSON
WASHINGTON – Las finanzas globales son misteriosas, emocionantes y a veces irresponsables. Un fantasma ronda, ahora, en torno a ellas –el fantasma del exceso de “liquidez”–. ¿Terminará esto siendo una ansiedad pasajera o, como en 1997 y 1998 con la crisis financiera de Asia, amenazará la estabilidad de toda la economía global? Es una buena pregunta.
Primero, una lección sobre vocabulario.
La “liquidez” es una metáfora económica común, pero confusa. Se dice que los mercados financieros (digamos, los mercados de valores y bonos) están “líquidos”, o activos, cuando es fácil comprar y vender. Las transacciones se llevan a cabo con facilidad. En cambio, en un mercado “ilíquido” o bien los compradores o los vendedores son escasos. Los precios se desplazan en forma aguda hacia arriba o hacia abajo. Los mercados también pueden tener demasiada liquidez: los inversores corren riesgos cada vez mayores para utilizar sus abundantes fondos. Se pueden producir “burbujas”, a las que pueden seguir pérdidas.
Ahora tenemos pruebas de ese fenómeno.
Recientemente, el HSBC –una importante sociedad instrumental de bancos– anunció más de 10.000 millones de dólares en pérdidas de hipotecas de casas consideradas “subprime” (menos que excelentes). Los préstamos “subprime” se extienden a prestatarios más débiles, con historias de crédito menos sólidas; en 2006 estos préstamos representaron alrededor de un 20 por ciento de las hipotecas nuevas. Como los prestatarios son menos seguros, sus préstamos llevan tasas de interés más altas. De ahí el atractivo para las entidades crediticias. Ahora, las pérdidas están saliendo a la luz.
Lo que no está claro es si las pérdidas “subprime” constituyen un caso aislado o si son el anuncio de un problema más amplio en las inversiones.
En el cuarto de siglo pasado, señala el economista Richard Berner de Morgan Stanley, el sistema financiero –la forma en que los ahorros derivan a las inversiones– ha cambiado en tres formas fundamentales.
En primer lugar está la titulación. Los bancos, las asociaciones de ahorros y préstamos (S&Ls, siglas en inglés) y las compañías de seguros se han retirado como proveedores directos de préstamos. En 1980, por ejemplo, las S&Ls y los bancos tenían la mayoría de las hipotecas. Ahora, la mayoría de las hipotecas están empaquetadas en títulos al estilo de los bonos, que se venden a inversores institucionales –fondos de pensiones, fondos de ayuda, compañías de seguros y bancos–. Lo mismo ha ocurrido con la deuda de las tarjetas de crédito, los préstamos de automóviles y los préstamos a las empresas. Alrededor del 53 por ciento de la deuda no-financiera norteamericana está ahora titulada; en 1980, esa cifra era un 28 por ciento.
En segundo lugar está la explosión de las instituciones financieras –los fondos de alto riesgo, los fondos de inversión colectiva, los fondos en títulos privados–. Los canales para el ahorro se han multiplicado. Los fondos de alto riesgo, por ejemplo, son grandes pozos de dinero difusamente regulados, de individuos ricos e inversores institucionales. Estos fondos controlan más de 1 billón de dólares.
Finalmente, las finanzas se han vuelto globales. En 1980, casi todos los países (una excepción: Estados Unidos) prohibían que sus ciudadanos invirtieran en el exterior o restringían sus inversiones –y también que los extranjeros invirtieran en sus países–. Desde entonces, los gobiernos han relajado o eliminado la mayoría de estos “controles de capital”. Las inversiones a través de las fronteras exceden ahora 6 billones de dólares anualmente, informa el McKinsey Global Institute.
Es un bazar de dinero global. Un fondo de alto riesgo norteamericano con inversores europeos puede colocar su dinero en hipotecas “subprime” de Estados Unidos –o en acciones del Brasil. Esto puede ser positivo. En teoría, los ahorros van a las inversiones más productivas. En cierta forma, las inversiones se han vuelto más seguras. Desde los años 80, los ciclos comerciales han dejado de ser tan turbulentos. Muchos países que son “mercados emergentes” (Brasil, China, India) están en mejores condiciones que hace una década. Sin embargo, todos esos cambios son inquietantes.
La preocupación sobre el “exceso de liquidez” proviene, principalmente, de las políticas de tasas de interés bajas adoptadas por Estados Unidos, Europa y Japón después de 2000. El objetivo era impedir una profunda recesión. La Reserva Federal cortó su tasa de 24 horas a un 1 por ciento, el Banco Central Europeo bajó a un 2 por ciento, y el Banco de Japón la redujo, en realidad, a cero. Con tasas a corto-plazo bajas, los inversores volcaron su dinero a títulos a más largo plazo, con tasas de interés más altas –bonos del Gobierno, hipotecas, deuda corporativa “basura”, bonos de países de mercados emergentes– y en acciones. A menudo estas inversiones se financian por préstamos a corto plazo y tasas de interés bajas.
Un gran temor, ahora, radica en el “comercio de transferencia en yenes”. Los inversores (¿especuladores?) obtienen préstamos al un 1 ó 2 por ciento en yenes, los convierten en otras monedas (digamos, en reales brasileños o liras turcas) y vuelven a invertir los fondos en esos países a tasas de interés mucho más altas. Para Brasil y Turquía, las tasas a tres meses están aproximadamente entre un 13 y un 19 por ciento. Las tasas de interés bajas en préstamos de francos suizos también han inspirado un “comercio de transferencia” considerable, expresa el Grant’s Interest Rate Observer. El peligro reside en que, a causa de un viraje agudo en las tasas de cambio (ya sea en la moneda que presta o que pide prestado), o de una subida en las tasas de interés en el país que otorga el crédito, estos intercambios tan atractivos produzcan pérdidas. Podría crearse un pánico cuando los inversores trataran de escaparse. Históricamente, el “exceso de liquidez” a menudo se evapora mediante pérdidas.
Las finanzas globales son como un agujero oscuro. Hay, más que nunca, inversores en más países que colocan más dinero en más títulos en otros países. La conducta de rebaño a veces anega la tendencia natural de los mercados a auto-corregirse, a menudo sin dañar a nadie excepto a los inversores excesivamente impacientes. Grandes pérdidas en un mercado pueden provocar ventas en otros. La confianza y el gasto pueden debilitarse. Lo inquietante, en el bazar mundial de dinero, no es lo que sabemos, sino lo que no sabemos.

(c) 2007, Washington Post Writers Group.