A Juan Pueblo para abrir una cuenta bancaria de unos pocos guaraníes le desnudan el alma, para observar con lupa el origen de fondos y su certificado de ingresos, escudriñan sus bolsillos para que no quede moneda alguna sin diezmar al Fisco, le cobran cuando deposita hasta un solo dólar, cuando corta el pasto del vecino para ganar su sustento y hasta cuando compra un cuarto de galleta sin anís para ahorrar los céntimos. Para él no hay perdón, debe ser investigado para que no dañe las arcas del Estado o para asegurarse de que no sea una fuente de lavado de dinero.
Pero, ¿quién hozaría en señalar a los honorables?, a ellos les ha costado mucho acceder a sus privilegiados puestos. Al fin y al cabo, a nadie escapa el dicho “quien paga para llegar, llega para robar” y en cada voto se puede observar la medida de los favores que ha recibido, pues por ellos debe su conciencia, su alma y de legado deja su asqueado apellido.
No hay impolutos en esta historia, algunos borregos son claramente identificables porque se exponen para agradecer las migajas que han caído a sus miserables bolsillos. Claramente lo hacen para proteger los turbios negociados que se encuentran escondidos bajo las artimañas de sus dueños que permanecen ocultos. Allí en las sombras operan los pseudo políticos y pseudo empresarios, manchando con sus criminales actos a quienes día a día nos esmeramos por construir el Paraguay que queremos y el país que nuestros hijos se merecen.
Burlonamente nos tildan de ingenuos y hasta tontos porque no aprovechamos las oportunidades para hacer “negocios”. Es que no tienen capacidad moral para comprender siquiera que no somos “vyros”, solo somos correctos y hacemos un excepcional esfuerzo por defender la honestidad empresarial, crear fuentes de empleo, generar riqueza con nuestros conocimientos y experiencias, así como construir un clima de oportunidades para seguir creciendo.
Y es que creemos que ser empresarios íntegros es posible, a pesar del escenario tan corrupto que nos traiciona diariamente, con inseguridad jurídica y costosa burocracia, incluso a costa de soportar a los actores públicos que han perdido la honra, aunque quizás nunca la tuvieron en su linaje e historia. Dios perdone sus infamias, pues sobre sus conciencias pesará las dolencias que causan a este pueblo al cual condenan con su esquema prebendario y clientelar.