22 ene. 2025

El “no mintáis” de Barrett

Roque Vallejos - 22 de agosto 1987

Al evocar a Rafael Barrett (1877-1910), decía Manuel Domínguez —si no nos falla la memoria— lo siguiente: “Todavía lo veo. Alto, delgado, ancha la frente pensadora, pasear su silueta de enfermo...”. ¿De dónde venía Barrett? Cuenta Rafael Cansinos Assens que Luis Araquistain había escrito en La Voz, de Madrid, un artículo sobre Barrett donde, al par de poner en relieve su cruzada redentora en América, refería que un “lamentable episodio le indujo a expatriarse, huyendo, asqueado, de un país donde imperaba una aristocracia achulada y donde la belleza física en el hombre —motivo de culto en Atenas— era considerada un delito”.

Es probable que Barrett haya decidido exiliarse por motivos más profundos. Al hablar de Pi y Margall dice Azorín: “En el tremendo desconcierto de la última década del siglo XIX solo ese español se yergue puro entre Ia turba de negociantes discurseadores y cínicos”.

Esta era la misma visión que Ángel Ganivet dio de su patria en su Idearium español (1897).

La sociedad argentina en que vivió Barrett, en los primeros años del siglo presente, a su paso fugaz por Buenos Aires, debió causarle idéntica náusea. Recaló como corresponsal de prensa argentina en el campamento revolucionario de Villeta (1904). Al memorar este hecho, José Concepción Ortiz lo compara a Cristo entre los gentiles, digamos, ya que el término realmente usado por Ortiz tiene una connotación más corrosiva, que podría despertar suspicacias sobre nuestras intenciones.

Viriato Díaz Pérez testimonia Ia cosmovisión que escuchó de los labios de su insigne amigo: "... el hecho es que, al verle presentar el cuadro de las sociedades actuales de acá o de allí, ávidas de dinero, sin ideales confesables, patrioteras y corrompidas, organizadas a base de dolor, constituidas sobre el egoísmo, sin otro dogma ni moral que la victoria del más fuerte, preparadas para el triunfo de la intriga y de la injusticia, sociedades donde existen una confabulación contra la nobleza, la cobardía para exponer la verdad y el libertinaje para esgrimir la calumnia... ¡se sentían deseos de concederle la razón!”.

¿Cuál fue la ideología de Barrett? Fue considerado un ácrata por unos; otros lo asimilaron al colectivismo libertario romántico.

Es difícil, en realidad, filiarlo con el libertarismo, que sacrifica la igualdad en aras de la libertad, como connaturalizarlo con Ia concepción que supone un Estado donde: “La revolución se transforma en una especie de Virgen María; la teoría, en una religión y la actividad dentro del movimiento, en un culto”. (Ver Engels F. Litterature des émigrés; Werke, Ed. Dietz, XIX, Pegs. 111-112).

Es aceptable que el sentido del anarquismo de Barrett fuera el dogma margaliano que se expresa así: “Un ser que lo reúne todo en si (el hombre) es indudablemente soberano. (...). Entre dos soberanos no caben más que pactos (...). A la base social autoridad debe sustituir la base social contrato”.

En realidad, como Pi, Barrett creía que no solo la organización política sino también Ia económica no debían reformarse sino cambiar de bases. Transcribimos un aleccionador apostrofe de Barrett, de oportunidad eterna:

NO MINTÁIS

“No mintáis hermanos. Si vivís en la ciudad donde hombres con zapatos de charol y cuellos planchados manejan el dinero de las aduanas, no digáis que los que andan descalzos y medio desnudos son felices, porque no lo son”.

“Si habitáis en casas de ladrillos y de piedra, con vidrios en las ventanas y puertas que ajustan, no digáis que están contentos los pobres en sus escondrijos de barro, porque no lo están”.

“Si os conducen de una parte a otra en ferrocarril o en tranway, no digáis que los rastros de bestias en que el campesino hunde sus pies fatigados son satisfactorios, porque no lo son”.

“Si coméis pan blando, carne bien guisada y bebéis vino perfumado, no entonéis himno de alabanza al inmundo locro de los ranchos, porque mentís”.

“No mintáis, graves doctores, hermanos míos. Coméis y vivís excelentemente, se os saluda en la calle con todo respeto, vuestras mujeres contemplan sobrecogidas diplomas de marcos de oro, vuestros hijos, hasta cierta edad, os tienen por sabios, y cuando calláis se os escucha con la misma devoción que cuando no calláis. ¿No os basta eso? ¿Por qué habláis de “pueblo”? Hablad de vuestros honorarios, de vuestros expedientes, de vuestros informes sesudos, de folletitos académicos que os dedicáis Llamándoos ilustres, insignes y salvadores de la patria. Hablad de vuestros pleitos. Hablad de política. No habláis del pueblo. No”.

“Pero si queréis ver a ese pueblo, cara a cara, si queréis tocar y oler esa carne que suda y sufre, no tenéis necesidad, no, de que yo os Ileve a las soledades de Yabebyry. Id a vuestra cocina, ¡oh! doctores, y allí encontrareis alguna sierva que os lava platos y lame vuestras sobras. Preguntadla cómo se alimenta ‘el pueblo soberano’ y cómo vive”.

“Preguntadla por la salud de sus hijos, y si sus hijos pueden contestar, preguntadles quién fue su padre. No, hermanos, escribas. Acaso entendéis de finanzas. Acaso el presupuesto no tenga misterios para vosotros. Pero no entendéis de pueblo, no mintáis de pueblos. No mintáis de lo que no entendéis. No mintáis”

“Mientras el dolor no os abrace las entrañas, mientras un día de hambre y abandono —siquiera un día— no os haya devuelto a la vasta humanidad, no lo comprenderéis. Creeréis ‘frasecitas de efecto’ las que se escribieron Ilorando. Sois incapaces ya de distinguir la verdad de la mentira, los que aman vuestro país de los que le sacan el jugo. Callaos, pues, única manera de que no mintáis. Esperad en silencio a que el sagrado dolor os abra los ojos”.

“Y dejadnos hablar a los que sufrimos, a los enfermos, si, a los que hemos conocido el hospital y la cárcel. Pero no escribo para vosotros, sino para aquellos -de mis dolientes hermanos paraguayos que han aprendido a leer”.

La reedición de las obras completas es una necesidad perentoria para la juventud paraguaya, incluso su maravilloso testamento, publicado bajo el nombre de Cartas íntimas (*).

Las editoriales, que tantos farragos prohíjan hoy, no pueden darle la espalda al profeta de nuestro martirio, al crucificado de nuestros dolores. A aquel que, según propia confesión, adoptó como patria el Paraguay porque aquí nacieron sus nuevas ansias de redención humana y solidaridad social. Es un deber no solo de cultura sino también de civilidad, y fundamentalmente de democracia.

Pongamos como colofón de esta imprecación angustiosa, las palabras con que Elvio Romero le hizo justicia: "Él (Barrett) nos enseñó a encarar la realidad paraguaya sin eufemismos ni tramoyas patrioteras; fue quien toco Ia llaga de nuestros males y brego por la redención en la hora de los falsarios. Él es el gran maestro de nuestra literatura”.

(*) La inspiración cristiana de Barrett es patente en una de estas cartas, donde llama a su hijo (Alexis) “mi Jesús” y a su esposa (Panchita López Maíz) “mi María”.