20 abr. 2024

El mejor profesor del mundo vive entre los más pobres de Kenia

Usa la tecnología y métodos educativos innovadores para ampliar el horizonte de sus estudiantes. Una de sus alumnas ganó el primer premio en una feria de Ciencias e Ingeniería en EEUU.

Interactivo. Los estudiantes preguntan y estallan en carcajadas, porque todo cabe en las lecciones del joven maestro que quiere lo mejor para sus alumnos.

Interactivo. Los estudiantes preguntan y estallan en carcajadas, porque todo cabe en las lecciones del joven maestro que quiere lo mejor para sus alumnos.

Al final de una carretera polvorienta, en la remota aldea de Pwani (centro de Kenia), trabaja entre paredes humildes y verdes campos de cultivo el primer africano distinguido como mejor profesor del mundo, Peter Tabichi.

Tabichi causó furor en Kenia el pasado marzo, al conseguir ese reconocimiento con la concesión del galardón Global Teacher Prize 2019, dotado con un millón de dólares.

“No solo se trata del éxito académico, sino también de hacer de ellos personas que puedan encajar en la sociedad, ciudadanos globales”, explica sobre sus alumnos este maestro de 36 años que, además de docente, es hermano franciscano. Aunque pueda parecer incongruente usar el adjetivo global en un lugar como la aldea de Pwani –apartada, castigada por la sequía y una cierta pobreza– Tabichi usa la tecnología y métodos educativos innovadores para ampliar el horizonte de sus estudiantes.

Este keniano creció en el seno de una familia de docentes, “en un contexto muy humilde”, y experimentó en sus propias carnes los métodos obsoletos de la educación tradicional, algo que tomó como un “desafío”.

“Era una educación más basada en la teoría. Podían dibujar la flor en vez de enseñarnos una de verdad”, recuerda.

Ahora, sin embargo, Tabichi bromea con sus alumnos durante sus clases, en aulas sencillas de paredes terrosas. Para enseñar los elementos de la materia, los invita a levantarse, a vibrar o permanecer congelados como lo harían distintos tipos de partículas.

Los estudiantes preguntan y estallan en carcajadas, porque todo cabe en las lecciones del joven maestro. Su enseñanza desborda, incluso, el recinto escolar y lo lleva a visitar a menudo a las familias de sus alumnos. “Es algo que permite entender la escena completa, ver las cosas escondidas”.

Si bien, el condado Nakuru, donde está Pwani, no forma parte de las zonas más pobres del país, cerca del 95% de estudiantes del colegio provienen de familias pobres y casi un tercio son huérfanos o solo tienen un progenitor. Algunos alumnos tienen que recorrer cada mañana largas distancias por caminos sin asfaltar para asistir a clase, como Salome Njeri (20 años), que camina unos 50 minutos.

Esta joven participa en el Club de Ciencias del colegio, fundado por Tabichi, y fue una de las alumnas seleccionadas para la Feria de Ciencias e Ingeniería de Kenia de 2018, tras inventar un dispositivo que permite a las personas ciegas a medir objetos.

También fueron seleccionados para la Feria Internacional de Ciencias e Ingeniería, que se celebró este año en Arizona (EEUU), donde obtuvieron el primer premio de su categoría.

“Peter Tabichi fue nuestro mentor desde el principio, porque existe esta creencia de que las chicas no pueden hacer nada, y nos enfrentamos a muchos problemas, como que nuestros compañeros, especialmente los chicos, nos desanimen. Él siempre nos dijo que podíamos llegar lejos”, relata Njeri.

“Cuando quieres empoderar a la sociedad, tienes que identificar dónde ese empoderamiento es más necesitado y hay algunas normas que realmente prohíben a las niñas hacer ciertas cosas”, subraya el docente.

A pesar de su tono sereno y alejado de la reivindicación, este franciscano tiene convicciones claras que quedaron patentes el día de la entrega del Global Teacher Prize 2019 en Dubái, cuando recogió el premio vestido con su hábito religioso, que no usa a diario.

“El color marrón de nuestro hábito se asocia con la tierra, que es un elemento de sencillez y humildad”, afirma.

Tierra y tecnología se unen en las lecciones de Peter Tabichi, que, por un lado, enseña horticultura para combatir la inseguridad alimentaria de la zona y, por otro, emplea las tecnologías de información y comunicación en sus clases. La escuela cuenta solo con un ordenador y una precaria conexión a internet, un problema que el maestro quiere resolver con el dinero que incluye el premio.

Pese a la falta de medios de este centro público, los maestros pueden enseñar en aulas espaciosas y amuebladas, con paredes de ladrillo y bajo tejados metálicos pintados de azul cielo.

Además, el recinto incluye una bucólica y discreta arboleda surgida a iniciativa de Tabichi: plantar árboles en favor de la paz.

Tras la violencia poselectoral que vivió Kenia en 2007, algunos estudiantes perdieron a familiares y, con la presencia de unos siete grupos étnicos distintos en las aulas del colegio, “tenía que buscar una manera de unirlos”, así que fundó el Club de la Paz.

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