Por Miriam Morán - mmoran@uhora.com.py |
“Estoy podrida de los políticos, siempre están en lo mismo, no avanzamos nada”, me dijo el viernes una compañera, que con una expresión de hartazgo cambió violentamente el eje de la charla y pasó a comentar la muerte de Michael Jackson y de Farrah Fawcett.
¿Y qué le iba a decir?, me solidaricé inmediatamente con ella, pues yo también, muy a menudo, siento lo mismo.
Entonces le conté que nunca pude usar el peinado de Farrah, que era el boom en mi época juvenil, porque a mi cabello no le daba el cuero.
El éxito de Jackson ya es posterior a mis “años mozos”, como decía mi papá, así que no me inspiró demasiado para la conversación, salvo el hecho de que fue olimpista: negro y blanco.
Al final, uno prefiere hablar de esta parte de la realidad nomás, la del espectáculo, porque el show que ofrecen los políticos además de estresante, es de alto riesgo para los ciudadanos, que estamos condicionados por sus decisiones o falta de decisión.
Para salir del tema político y hacer a un lado a los muertos, mi compañera y yo evocamos el vía crucis que implica tener a albañiles y pintores trabajando en casa. Cuando estábamos por despellejarlos mentalmente a estos “profesionales”, nos acordamos otra vez de los políticos. Y es que los mejores trabajadores están en España o Buenos Aires por culpa de los gobernantes que por más de 60 años condujeron el país hacia atrás.
Considerando esta perspectiva, también tuve que bajar los decibeles de la crítica a los cuidadores de autos que privatizan los lugares públicos de estacionamiento, a quienes observé por media hora la noche anterior.
Le cuento. Llevé a una persona a la universidad ubicada sobre Brasilia y le esperé en el auto. Logré estacionar sobre la calle paralela a la avenida; ambas estaban copadas de vehículos. Mientras escuchaba las noticias sobre la muerte de Jackson, veía cómo los cuidadores clausuraban espacios públicos con cajones y conos, que eran retirados cuando se acercaban sus “clientes”.
Cuando estaba por enojarme con estos dueños de la calle, me acordé otra vez de los políticos, porque si existen estos seudocuidadores es porque los gobernantes no hacen lo necesario para que se creen suficientes fuentes de empleo.
Me fijé además en que los conductores estacionaban sobre las veredas, como si fueran calzadas, violando impunemente el espacio peatonal y rompiendo la acera (imagino que los vecinos estarán “felices”).
De nuevo vinieron a mi mente los 60 años de política y políticos, que fortalecieron (y fortalecen) la cultura del mbarete, del ñembotavy y del opa rei. Una cultura que no respeta el derecho del otro, que alimenta la irresponsabilidad individual y social.
Entonces, ¿cómo dejar de hablar de los políticos? Imposible, pues no se concibe una democracia sin políticos. Aunque deberíamos hablar de sus obras, en lugar de sus trapisondas.
Al menos nos queda como consuelo el desenlace de la telenovela del Congreso. Se me hace que la vuelta de página que se logró (los oviedistas no ganaron como alardeaban y los nicanoristas y llanistas se quedaron cortos de poder) es como una luz al final del túnel. Ojalá que esta luz no resulte ser la del tren que viene.