En todas ellas, de alguna manera, tenemos comprometida nuestra santidad. Dios concede el don de consejo a las almas dóciles a la acción del Espíritu Santo, para decidir con rectitud y rapidez. Es como un instinto divino para acertar en el camino que más conviene para la gloria de Dios.
De la misma manera que la prudencia abarca todo el campo de nuestro actuar, el Espíritu Santo, por el don de consejo, es luz y principio permanente de nuestras acciones. El Paráclito inspira la elección de los medios para llevar a cabo la voluntad de Dios en todos nuestros quehaceres. Nos lleva por los caminos de la caridad, de la paz, de la alegría, del sacrificio, del cumplimiento del deber, de la fidelidad en lo pequeño. Nos insinúa el camino en cada circunstancia.
El don de consejo supone haber puesto los demás medios para actuar con prudencia: recabar los datos necesarios, prever las posibles consecuencias de nuestras acciones, echar mano de la experiencia en casos análogos, pedir consejo oportuno cuando el asunto lo requiera... Es la prudencia natural, que resulta esclarecida por la gracia.
Con respecto a este don el papa Francisco dijo: “Nadie se da cuenta de si rezamos por la calle, en el autobús. Rezamos en silencio, con el corazón. Aprovechemos esos momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos dé este don del consejo. En la intimidad con Dios, en la escucha de su palabra, poco a poco ponemos a un lado nuestra lógica personal, que viene muchas veces de nuestra cerrazón, de nuestros prejuicios, de nuestras ambiciones y aprendemos, sin embargo, a preguntar al Señor: ¿Cuál es tu deseo? Pedir consejo al Señor y esto lo hacemos con la oración...”.
(Del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.aleteia.org/2014).