Acaba de partir Carlos Colombino, el que fue el más grande de nuestros artistas vivos. Inmerso siempre en una rara alquimia de fatalismo y optimismo, sostenía que su pintura se nutría de ese infortunio que, a estas alturas, ya vivía en concubinato con el Paraguay. Él atribuía la frase a su amada amiga, Milda Rivarola, aunque en verdad la sentía como propia.
Impuso su talento en un país que lo desalienta, su esfuerzo en el feudo de la indolencia y su apoyo a la cultura en tiempos de lo efímero y superficial. Poeta, novelista, arquitecto, escultor, pintor, formidable gestor cultural, emprendedor de la memoria y el rescate de expresiones artísticas y culturales, Colombino llevó el Paraguay al mundo. Su obra pictórica es tan reconocida que relega a un segundo plano la de Esteban Cabañas, el seudónimo con el cual escribía.
Sin necesitarlo, no rehuyó el trabajo desde cargos públicos cuando creía que era posible producir cambios desde la burocracia estatal. Lo hizo durante la administración de Carlos Filizzola en la Municipalidad de Asunción y durante la de Fernando Lugo en el Poder Ejecutivo. Lo que lo transformaba en un artista completo era justamente su faceta ciudadana. Tenía un profundo compromiso con la comunidad y era un fecundo creador de redes y de conexiones de dichas redes entre sí. Estimulaba así que los artesanos de Tobatí trabajaran con artistas urbanos asuncenos o que indígenas e intelectuales interactuaran en proyectos comunes.
Nada le fue fácil. Sus críticos intentaron achicarlo con múltiples discriminaciones, con la recurrente acusación de sectario, con la despectiva afirmación de que su arte era “poco popular”, pero no pudieron con su obra. Ni con su lengua ácida, certera e inmisericorde con aquello que consideraba oportunista o mediocre. Sin mayores complejos para expresar sus desafectos, fueron sus afectos leales los que mejor diseñaban su sensibilidad humana.
Por eso se opuso a la dictadura de Stroessner, por eso siempre apoyó la democracia, por eso creo que empezó a morirse bastante antes de enterarse de que tenía una enfermedad maligna. El fatalismo que lo acompañó toda la vida empezó a derrotar al ser optimista que llevaba adentro a partir del golpe parlamentario del pasado junio. Sintió que el Paraguay volvería a recorrer la vieja senda de su ancestral infortunio.
Colombino ahora es universal y su obra empezará a ser estudiada a fondo en muchas partes del mundo. La ciudad de Concepción, por su parte, pierde a uno de sus hijos más valiosos desde que fue fundada por Agustín Fernando de Pinedo, en 1773. Conscientes de ello, los concepcioneros decretaron tres días de duelo por su muerte.
Este Gobierno no se acordó de Colombino. Estoy seguro de que, si pudiera hablar, él estaría agradecido. Mejor no deber favores a los golpistas.