25 abr. 2024

El caso y la trama: Tecnología en el fútbol

Blas Brítez

En el año y el mes en que Umberto Eco (1932-2015) publicó Obra abierta –su aguda especulación sobre la apertura esencial del arte contemporáneo a la multiplicidad de sentidos posibles– se disputó un Mundial de fútbol, el más violento de todos: Chile 1962. El mismo del que Pelé se marchó lesionado en el segundo partido, en una fría tarde de Viña del Mar.

El escritor italiano no tenía en alta estima al deporte más popular del orbe. Prueba de ello son tres textos de su producción ensayística y periodística, escritos (¿casualmente?) durante las futbolísticas competencias ecuménicas realizadas en Argentina (1978), en México (1986) y en su propio país (1990).

En el capítulo de Obra abierta titulado “El caso y la trama” hay un apartado en donde el fútbol es visto como un evento “transmitible” que podría enriquecer la experiencia estética de los televidentes. Cuatro años antes del Mundial de Inglaterra, en donde la pantalla comenzaría a jugar un papel preponderante en la manera de percibir el fútbol a nivel global, Eco vislumbraba las posibilidades narrativas que la transmisión directa, la repetición y la cámara lenta entrañaban. Emparentando la televisación con las técnicas del noveau roman, Umberto Eco imaginó, entre otras cosas: “Una vez producido el gol, el director podría escoger aún entre la multitud delirante –anticlímax apropiado, fondo adecuado a la distensión psíquica del espectador que ha descargado su emoción– o bien podría mostrar de golpe, genial y polémicamente, un escorzo de la calle más próxima (mujeres asomadas a la ventana en sus gestos cotidianos, gatos tomando el sol), o incluso cualquier imagen absolutamente ajena al juego”.

La proyección estética de Eco parece haberse cumplido, pero no es tanto así. Hoy la televisión acostumbra a contarnos (en tiempo real, dentro y fuera de la cancha), una estructura dramática rica en matices, aun cuando no sea el dechado de vanguardia artística que soñó el autor de La estrategia de la ilusión. Aun así, en algunos aspectos el sueño de Eco ha devenido pesadilla hiperrealista, uno en el que no hay espacio para los grises, tanto lúdicos como morales e ideológicos.

Ahora con el VAR es el propio desarrollo del juego (y no solo su percepción) el que se ve implicado por la influencia de las cámaras ultramodernas. Antes y durante el torneo que finalizó el pasado domingo, con mi padre discutimos con profusión sobre la introducción de la tecnología televisiva como apoyo de la labor arbitral. A ambos nos parece, en última instancia, ociosa. A mí me parece una obvia paradoja: la tecnología no es la solución, es el problema. Lo que Eco conjeturó algo democrático (múltiples cámaras dándonos múltiples perspectivas de un mismo hecho) ha creado durante décadas y sobre todo en las últimas dos, un tipo de espectador que no va a la cancha y reclama la verdad fáctica que le proporcionan las cámaras como un Big brother orwelliano que no admite el error humano. Ello ha terminado por crear histéricos e aficionados al hiperrealismo futbolístico que están obsesionados con las fallas arbitrales, tema del que hablan los lunes en el trabajo.

En un célebre ensayo de 1936, Walter Benjamin (1892-1949) escribió que “la naturaleza que habla a la cámara no es la misma con la que habla al ojo”. Por eso el criterio arbitral –incluso sobre la recopilación de los “datos” que recoge el VAR– seguirá humanizando el fútbol con el error, aunque fuere el más grave de los errores.

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