26 jun. 2025

El agujero en la bandera

El 16 de diciembre se recuerda la revolución de los ciudadanos rumanos en 1989 contra uno de los regímenes más corruptos de Europa, la del dictador socialista Nicolae Ceausescu. La oleada de manifestaciones comenzó en la ciudad de Timisoara, se extendió a la capital y otros sitios, y logró la adhesión de parte del ejército a la causa, lo cual al final logró la caída del régimen. En Navidad de ese año los rumanos ya estaban celebrando el regreso de sus libertades básicas, anuladas en el régimen de estado policial del dictador comunista.

Con consignas como Noi suntem poporul, jos cu dictatorul! (¡El pueblo somos nosotros, abajo con el dictador!) y Ceausescu cine esti?: ¡Criminal…! (¿Quién eres tú, Ceausescu?: ¡Un criminal…!) muchos jóvenes integraban los grupos que manifestaron su hartazgo del régimen. No fue sencillo, fueron atacados por el gobierno, con miles de heridos, encarcelados y muertos.

Es recordado de forma especial el gesto de 30 estudiantes universitarios que, contradiciendo la ley marcial en Timisoara y poniendo en peligro sus vidas, izaron y ondearon la bandera con un agujero en la franja amarilla, ya que le quitaron el escudo que los comunistas habían incluido a la fuerza, humillando a los connacionales, respetuosos de ese símbolo nacional. Los jóvenes cantaban ¡Despierta, rumano!, una canción proscrita y que hoy es nada menos que Himno Nacional de Rumania. Hasta la actualidad se conservan en museos muestras de esas banderas agujereadas como símbolo de resistencia a la opresión.

Por cierto, para quienes quieren ver una buena película europea en estos días de vacaciones, les recomiendo ver Bucarest 12:08, del 2006, con guion y dirección de Corneliu Porumboiu. No trata directamente del tema político, pero sí lo tiene como telón de fondo de una obra que se pregunta artísticamente sobre la necesidad de encontrar un sentido a la realidad.

En el fondo, lo que está en juego hoy en las consignas globalistas de control poblacional, ideología de género, discurso y pensamiento único, redefinición de conceptos, represión y censura, monopolio lingüístico deconstruido, persecución abierta o solapada al cristianismo, manipulación de la opinión pública, control económico a gran escala, etcétera, tiene una gran analogía con aquella prepotencia de los socialistas rumanos liderados por el dictador Ceausescu que sellaron con su símbolo ideológico nada menos que la bandera nacional de ese pueblo.

No es por casualidad que agentes del cambio globalista icen su bandera e instalen sus íconos progresitas en cuanto acto, folletería y gesto que asumen como supuesta ayuda a naciones de grandes raíces y tradiciones como es el Paraguay. Los lobbistas nos sellan también con sus discursos clichés que los ingenuos locales toman acríticamente y repiten sin pensar, asumiendo los símbolos extraños que el nuevo paradigma cultural instala. Son los mismos seudoexpertos que desde instancias como la Unión Europea quieren, por ejemplo, anular el símbolo occidental más aceptado y respetado del mundo: La Navidad.

A días de unas elecciones políticas difíciles por la falta de liderazgos y propuestas claras y creíbles, quizás el corazón se rebela y canta su versión paraguaya de aquel juvenil e idealista Desteapta-te, române! Me imagino un: ¡Epáyna, kape! o algo así en nuestros fueros internos. Y no estoy hablando de cambiar de partido o de bando, ni de patear el tablero, sino más bien del aspecto cultural y, por tanto cargada de símbolos, de la lucha que se da hoy entre el bien y el mal.

Tenemos derecho a resistirnos. a la nueva colonización ideológica, contraria a nuestra identidad nacional.

Pidamos al Niño Jesús en el pesebre paraguayo que nos ilumine y nos fortalezca para dejar nuestras zonas de confort, como él lo hizo en Belén, y seamos capaces de defender nuestra bandera, historia y cultura. Que Dios nos guíe con su estrella para actuar correctamente porque sabemos que el bien triunfará.