Por ejemplo, cuando en el Plan Nacional de Transformación Educativa 2030 (PNTE 2030), diseñado desde el 2017, pero que ha entrado en el radar de los padres y varios profesionales de la sociedad paraguaya sobre todo este año, nos remiten al “Plan Nacional de Desarrollo, Paraguay 2030”, cuya visión país, dicen ahí, “es de cumplimiento obligatorio” para el sector público e indicativo para el sector privado”, no hay otra que acudir y leer sus marcos interpretativos, así como sus planes asociados llamados “Agendas Educativas” vigentes, que la Transformación Educativa toma como referencias, a saber: “Plan Nacional de Educación 2024, “Plan de Acción Educativa 2018-2023”, “alineadas” a la “Agenda 2030” de la ONU, especialmente a los “Objetivos de Desarrollo Sostenible 4 y 5” (con sus metas, estrategias, marcos de acción y declaraciones anexas). Tarde o temprano llegaremos a conseguir interpretar lo que quiso decir el presidente de la República en su Nota 431 del 3 de setiembre del año pandémico del 2020, remitida al Congreso para pedir aprobación del Convenio de Cooperación con la Unión Europea para apoyo a la Transformación Educativa 2030, que se hizo a través de la Ley 6659 y por la cual se sumó al financiamiento local de la Transformación la suma de 38 millones de euros no reembolsables. Solo ese Convenio de la UE merece ya un análisis exhaustivo, ya que contempla cambios significativos en demasiados aspectos de nuestro sistema educativo que serán “monitoreados” en un “marco de gobernanza” y que seguirá vigente al terminar este gobierno y el siguiente, según contemplan. Ni qué decir la necesidad de revisar el alcance de terminologías presentes en las ODS 4 y 5 de la Agenda 2030 de ONU al hablar de “igualdad entre los géneros”, “empoderamiento de las niñas”, “enfoque de derechos”, “ciudadanía global”, “interculturalidad”, “inclusión”, “no discriminación”, debido a la orientación discursiva que ha tomado la ONU, sobre todo desde las Conferencias del Cairo sobre Desarrollo en 1994 (derechos reproductivos ligados al aborto) y de Pekín sobre la Mujer en 1995 (género como constructo sociocultural cambiante de la sexualidad, desarraigada de su dimensión biológica), y desde la publicación de los llamados “Principios de Yogyakarta, sobre la aplicación de la legislación internacional de derechos humanos con relación a la orientación sexual y la identidad de género”.
No podemos partir de la duda ni podemos partir de la nada para educar; para hacer algo bueno, debemos partir del “ser”, de la esencia y recordarnos unos a otros los paraguayos cuál es la raíz de nuestro árbol educativo, ya que solo desde allí podremos “hacer” las reformas necesarias para verlo florecer y fructificar bien. Es decir, debemos partir de una visión antropológica clara y contundente que ponga al ser humano y su dignidad de PERSONA como centro de atención de todo ese “hacer” político, tecnificado y burocratizado. Lo bueno es que el sustrato de la cultura paraguaya es ya personalista y ya está reflejada en los fundamentos de nuestra educación. A eso no podemos renunciar jamás, por grande que sea el banquete de mejoras que nos ofrecen nuestros asesores, monitoreadores y financistas externos. Sería penoso que en el banquete de las utopías que nos ofrecen “hacer”, aceptáramos beber esa copita de poderoso veneno mortal llamado “ideología de género”, que ataca el “ser” al manipular la sexualidad e instrumentalizar el lenguaje y los conceptos para cambiar la mentalidad, subvertir la identidad y transformar la cultura de manera radicalmente opuesta a nuestro orden social, constitucional y moral, imponiendo una “colonización ideológica” inaceptable.