Todo lo que hacemos transmite un mensaje.
La forma en la que trabajamos. Los límites que marcamos, y lo que toleramos. Lo que callamos y lo que expresamos. La hora en la que llegamos (o nos conectamos). Las palabras que escogemos al describir un hecho. La manera en la que gestionamos las emociones que atravesamos. La comida en nuestro plato. Los amigos con los que nos rodeamos (y la gente de la que nos distanciamos). Los líderes a los que respetamos. Los rumores que replicamos, o que cortamos. Los libros que leemos. Las series y películas que miramos. Los descansos que tomamos (o que nunca respetamos). Qué hacemos después de equivocarnos. La apertura para perdonar a quien nos ha decepcionado. Nuestros gastos e inversiones. El tiempo dedicado a quienes amamos. Los ejercicios que hacemos, o lo sedentarios que estamos. Cómo interactuamos en redes sociales. Cómo nos vestimos y peinamos. Todo, absolutamente todo, transmite un mensaje a quien nos está mirando.
Aunque algunas de las prácticas mencionadas se sientan naturales y parte de nuestros hábitos, no dejan de ser decisiones que tomamos. Y estas revelan nuestra actitud y dejan pistas de los valores que abrazamos.
Existen ocasiones bien pensadas e intencionales para ejercer influencia: Un discurso, una columna de opinión (como esta) o hasta una clase. Pero toda esa transferencia de conocimiento o ideas chocará contra una pared de concreto si no va acompañada y respaldada de nuestro ejemplo. ¿No tenemos acaso un detector de autenticidad todos los seres humanos?
Tito 2:7 nos da una cátedra de liderazgo: “Y sé tú mismo un ejemplo para ellos al hacer todo tipo de buenas acciones. Que todo lo que hagas refleje la integridad y la seriedad de tu enseñanza”. Tres aspectos a resaltar de este pasaje: Primero el ejemplo se debe reflejar en uno mismo, de manera transversal y con seriedad.
Tenemos agencia y capacidad de decisión. Construimos o destruimos confianza a través de cada acción. Así como se contagia un virus, de manera invisible, nuestra actitud transmite un mensaje poderoso a quien entre en nuestro radar de influencia.
No podemos ser lo que no vemos, por eso necesitamos ejemplos y referentes. Líderes íntegros, no perfectos. De aquellos que enseñen hasta con su manera de lidiar con las debilidades y equivocaciones.
Nuestra audiencia será masiva, en otras solo un puñado. Muchas de nuestras acciones tendrán lugar cuando nadie este observando. Sin embargo, todo se conocerá tarde o temprano. Escribe Pablo en 1 Timoteo 5:25: “De la misma manera, las buenas acciones de algunos son evidentes. Y las buenas acciones que se hacen en secreto algún día saldrán a la luz”. Lo mejor de nosotros es cultivado en lo privado, una acción a la vez, donde no hay un público vitoreando; es allí donde somos realmente probados. Esa es la matriz de los líderes ejemplares que tanto buscamos.
Narumi Akita,
socia de ADEC.