Si llegan los bienes, siempre será posible vivir como «esos padres y esas madres de familia numerosa y pobre» y hacer con ellos el bien, porque «la pobreza que Jesús declaró bienaventurada es la hecha a base de desprendimiento, confianza en Dios, de sobriedad y disposición a compartir con otros».
La pobreza que nos pide a todos el Señor no es suciedad, ni miseria, ni dejadez, ni pereza. Estas cosas no son virtud. Para aprender a vivir el desprendimiento de los bienes, en medio de esta ola de materialismo que parece envolver a la humanidad, hemos de mirar a nuestro Modelo, Jesucristo, que se hizo pobre por amor nuestro.
El Papa, a propósito de la lectura de hoy, dijo: “La vida de una persona es un don de Dios”, incluso aunque hoy “se llegue a planificar cada cosa, hasta las características de los hijos”. Cada familia es “un santuario de la vida”. El nacimiento de Juan El Bautista –dijo el Papa– es el evento que ilumina la vida de sus padres, Isabel y Zacarías, e involucra, a través del asombro y la alegría, a sus parientes y allegados.
Y mientras miramos esto, preguntémonos: ¿cómo es mi fe? ¿Es una fe alegre, es una fe siempre igual, una fe “chata”? ¿Siento asombro cuando veo las obras del Señor, cuando oigo hablar de la evangelización o de la vida de un santo, cuando veo tanta gente buena: siento la gracia, dentro mío, o nada se mueve en mi corazón? ¿Sé sentir los consuelos del Espíritu o estoy cerrado? Pensemos en estas palabras, que son estados de ánimo de la fe: alegría, sensación de asombro, sensación de sorpresa y gratitud. Que la Virgen nos ayude a comprender que en cada persona humana está la impronta de Dios, fuente de la vida…
(De http://www.homiletica.org y www.asianews.it).