02 dic. 2023

“Dejé la escuela por no desfilar y de la Policía me echaron por no querer torturar”

ANATALIO BARUA_003_41638848.jpg

Mi nombre es Anatalio Barúa Mercado, tengo 62 años. Nací en Peguahomi y a los tres meses de vida fuimos a vivir en Horqueta, Concepción. Soy el menor de diez hermanos, el pahague y el más mimado.

Por mi rebeldía misma no terminé la primaria porque no quería ir a desfilar. Para mí el desfile es un homenaje a alguna autoridad que está haciendo algo bueno y yo fui testigo de muchas injusticias.

Cuando estaba en cuarto grado, el coronel Cirilo Duarte fue a torturar y fusilar a dos personas en una escuela de Costa Romero. Nos llevó a un grupo de alumnos en un camión militar para ver eso. No recuerdo si eran padres de alumnos a los que torturaron hasta morir. Decían que eran comunistas y demás.

Yo tenía 10 años y eso fue lo que me marcó a mí, no me sale eso de mi mente. Siempre hablaba con mi papá sobre lo que pasaba, pero él era más pacífico y me decía que no me meta. Para más que éramos de una familia liberal.

Faltaban doce días para terminar la primaria. Y cuando eso las calificaciones eran del 1 al 10 y mis notas no bajaban de 8. La directora me dijo que si no quería desfilar que me vaya nomás a mi casa y que me perdería de los exámenes. Sabía leer y sumar, suficiente en ese tiempo. Entonces dejé la escuela por no querer desfilar y –tiempo después– me echaron de la Policía por no querer torturar o apresar a personas inocentes.

Como mi papá era un ex-combatiente tenía la posibilidad de tramitar la baja al último hijo para evitar el servicio militar. Él era mi confidente y conocía mi rebeldía. Vino a Asunción para gestionar eso y cuando volvía se murió de un infarto. Ya no estaba mi madre ni mi padre.

Sin rumbo fijo

Al año siguiente, mi hermano me propuso hacernos cargo de la chacra. Sembramos cinco hectáreas de algodón y después cuando se fijó el precio, hice mi cálculo y me salió muy por debajo de mi expectativa; o sea, si empataba era un logro. Entonces, le dije a mi hermano si no tenía para mi pasaje. Me preguntó a dónde iba a irme. Le respondí que no sabía, pero estaba decidido a irme. Tenía plata como para viajar hasta Yby Yaú y ahí en esos tiempos estaban los brasileños que plantaban café. Aunque no pagaban bien, siempre había trabajo ahí.

Un sábado salí a tomar algo en un bar que estaba en un cruce y encontré a un horqueteño que estaba para irse a trabajar en limpieza de campo y alambrada en lo que ahora es Resquín. Como cobré ese día, me fui con él. De ahí fui a Coronel Oviedo con un señor, a quien conocí también en la mesa de un bar tomando alguito. Me propuso trabajar en una desmotadora.

Fui con él hasta Oviedo y ahí recién tenía en mente ir a Paragua’y, por más de que no tenía a nadie ahí. Corría el año ’79, me subí en La Ovetense y lo primero que hice fue hablar con el guarda del colectivo. Le conté mi situación y que no conocía a nadie en Asunción.

Cuando eso los colectivos paraban cerca de la Plaza Uruguaya. Se bajó conmigo y habló por mí para hospedarme en un lugar que se llamaba Residencial Daniel.

No conocía nada ni a nadie. Tenía todavía un poco de platita y me dediqué a recorrer, buscando a algún conocido de mi pueblo. Hasta que le encontré al guarda que me había ayudado y me propuso buscarle a su amigo que vendía caramelos y cigarrillos sobre Palma. Como tenía plata aún, nos fuimos a comprar los productos para vender.

Después me crucé con un compueblano que trabajaba en la confitería Santa Rosa. Me ofreció ir con él, sus patrones eran de una familia muy buena. Ahí le conocí a Rosa O’Hara de Benegas que hacía cursos de cocina, los martes y sábados.

Yo me quedaba a curiosear y así aprendí la cocina. Trabajé con ellos casi dos años. Como llevaba prepizza a los Rubin que tenían un restaurancito al lado de Radio Ñandutí, Armando Rubin me preguntó si no tenía un conocido cocinero. Y le respondí que sí, que yo era cocinero. Porque del curso, en mi mente, sabía que podía hacer. Era trabajar sábado y domingo nomás. Y el señor Rubin mismo habló para que me fuera a trabajar en el Hotel Itá Enramada.

Policía con criterio

Después en el ’82 se abrió la primera Escuela de Suboficiales de la Policía. En ese tiempo se estudiaba seis meses nomás y estuve casi tres años siendo policía. Llegué a ser sargento, después me echaron porque no quería hacer muchas cosas que hacían: era torturar o ir a agarrar a gente que el comisario no le quería y esas cosas. Siempre tuve mi rebeldía, además que me iba a las reuniones de los liberales. Tenía mi postura política.

Estuve en la Comisaría Sexta y ahí tuve problema con un oficial. La cosa fue así, había una modelo llamada Chavela y a HDD (Humberto Domínguez Dibb) le gustaba. Entonces, diez sargentos tenían que apresarle al novio para que HDD se quede con ella.

Yo no participé y eso me costó mi carrera policial. Les dije: No soy ningún animal, tengo criterio propio y esa no es la función de un policía.

De hotel en hotel

Volví a trabajar en el Hotel Itá Enramada. Luego fui como jefe de cocina al Caracol Club y después al Hotel Excelsior como segundo en la cocina.

En el 89 vino la familia real española y como el jefe no tenía facilidad de palabra me dejó a cargo del equipo. Estuvieron 11 días en Paraguay y todos esos días yo les cociné.

En la última noche, le hicimos un bufé de lo más chuchi porque, aparte de ser cocinero, aprendí arte culinario con el cocinero paraguayo Francisco Batalá que era nuestro jefe en Itá Enramada.

Esa visita de los reyes me impulsó para salir del país. A todos los que estuvimos ahí, la Embajada nos dio un pergamino de reconocimiento.

En 2004, como mis hijos sabían manejar internet enviaron mi currículum con ese pergamino y de España me llamaron de un hotel.

De España pasé a Italia, seis meses y un tiempo similar estuve en Oslo, Noruega. Siempre trabajando en hoteles con el arte culinario. Un paraguayo que maneja la computadora me ayudó para conseguir contratos temporales.

Estuve casi ocho años afuera. No llegué a juntar dinero porque cada tanto venía al país; además de que ayudé a muchos familiares y a gente conocida y desconocida.

Hoy vivo en San Lorenzo, con mis hijos y sigo trabajando en eventos culinarios.

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