Me preocupa Brasil. Nuestro vecino grande de al lado vive momentos poco antes vistos de agitación política.
Multitudinarias movilizaciones en contra y a favor del gobierno de Dilma Rousseff se han sucedido en las últimas semanas a consecuencia de los sonados casos de corrupción que salpican a la más alta esfera oficialista, de esto tampoco se salva el histórico caudillo del Partido de los Trabajadores (PT) y ex presidente de la República en dos periodos, Luiz Inácio Lula Da Silva.
Cuando los medios internacionales solo hablaban de la detención de Lula, me vinieron a la cabeza dos cuestiones: Primeramente la película Lula, el hijo del Brasil, realización cinematográfica imprescindible para entender cómo un obrero metalúrgico, sindicalista, de madre soltera y padre alcohólico y golpeador pudo llegar a ser presidente del país más grande de Sudamérica.
Seguidamente, recordé la canción de la banda Os Paralamas Do Sucesso titulada Luiz Inácio e os 300 picaretas, cuya letra se basa en una declaración del susodicho a comienzos de la década de los noventa.
En ese entonces Lula se presentaba como el líder más importante de la oposición y sus detractores sostenían que de llegar al poder iba a ser más de izquierda que Fidel Castro y el Che Guevara.
¿Cómo una figura tan relevante en la vida política del Brasil está a un paso de terminar en la cacerolita?
¿Qué pasó del barbudo dirigente sindical que criticaba a diestra y siniestra la política de los gobiernos neoliberales?
Tal vez sepamos más temprano que tarde si verdaderamente Dilma y Lula metieron la mano en la lata, pero lo que preocupa realmente es ese clima enrarecido que deja ver una polarización sin precedentes en la sociedad brasileña.
Me preocupa Brasil. No se trata de justificar la corrupción, sea de los petistas, los tucanos o de quien venga.
Pero ver en las manifestaciones antigubernamentales a personas con pancartas gigantes pidiendo el regreso de los militares al poder sin ruborizarse aunque sea un poquito mete miedo, mucho miedo.
Miedo de que la violencia gane las calles, porque ese sería el escenario propicio para la estocada final contra la democracia.
Miedo, porque todo, absolutamente todo lo que pase en el Brasil indefectiblemente nos toca. No solo a nosotros en particular, sino a toda la región.