Nadie que no sea un fanático chupamedias podría negar que los maestros (que en su mayoría son maestras) no ganan un salario suficiente para solventar una vida cómoda para sí y para su familia. A la paga escasa, se suma un intrincado método de cálculo para determinar el monto de cada jubilación. Por eso fueron a la huelga desde antes de las vacaciones de invierno hasta el miércoles 28 (¿o fue el jueves 29?) de agosto.
Como primera consideración –que no significa la principal– el derecho a la huelga está constitucionalmente permitido. Pero de ninguna manera una discrepancia por cuestiones de haberes puede legitimar el abandono de la educación de los niños que asisten a escuelas públicas. Son muchos miles de niños que a consecuencia de la huelga ya perdieron este año lectivo. Y ocurre que los derechos personales o sectarios están subordinados, por ley, al derecho general. O al de las mayorías.
Está claro entonces que los maestros y maestras en huelga absoluta atropellaron uno de los derechos cardinales del niño: el de la educación. No sé si alguna vez aprenderemos las técnicas sindicalistas modernas. Primero hay que instalar una mesa de negociación permanente entre las partes (MEC y maestros descontentos) y machacar concienzuda y razonablemente sobre las demandas en danza. En nuestro caso, la huelga comenzó en el confuso tramo entre la salida del poder de Federico Franco y la asunción de la Presidencia de Horacio Cartes. Nadie podía dar respuestas consistentes a ningún reclamo, sindical o personal.
Como si se tratara de una gripe de esas machazas, otros gremios salieron también a las calles a reclamar cualquier cosa. Y seguramente con toda razón. Pero apenas pasaron quince días del estreno de Cartes como presidente. ¿Por qué, y más que nada, para qué, atosigarlo con pedidos imposibles de cumplir, entre otros motivos, porque falta plata en caja? Es como si a un padre de familia le exigieran sus ocho hijos, simultáneamente, una bicicleta de regalo. Todavía no terminaron de acomodarse las placas subterráneas de las dos administraciones que precedieron a la de Cartes. Falta cerrar los números y conseguir con la mayor premura créditos del exterior. De paso, nuestra deuda externa es increíblemente baja. Con préstamos, más dos o tres donaciones, podríamos solucionar los problemas de infraestructura vial, escolar y hospitalaria. Aparte, se podrían también cancelar los monazos interinstitucionales, y solucionar de una vez por todas el drama de los salarios bajos. Con todo esto en cuenta, ¿por qué nuestros correligionarios colorados no cesan con el juego de ponerles palos a las ruedas del carro nacional?