14 nov. 2025

Cuando los derechos colisionan

La columna del infiltrado

Nadie que no sea un fanático chupamedias podría negar que los maestros (que en su mayoría son maestras) no ganan un salario suficiente para solventar una vida cómoda para sí y para su familia. A la paga escasa, se suma un intrincado método de cálculo para determinar el monto de cada jubilación. Por eso fueron a la huelga desde antes de las vacaciones de invierno hasta el miércoles 28 (¿o fue el jueves 29?) de agosto.

Como primera consideración –que no significa la principal– el derecho a la huelga está constitucionalmente permitido. Pero de ninguna manera una discrepancia por cuestiones de haberes puede legitimar el abandono de la educación de los niños que asisten a escuelas públicas. Son muchos miles de niños que a consecuencia de la huelga ya perdieron este año lectivo. Y ocurre que los derechos personales o sectarios están subordinados, por ley, al derecho general. O al de las mayorías.

Está claro entonces que los maestros y maestras en huelga absoluta atropellaron uno de los derechos cardinales del niño: el de la educación. No sé si alguna vez aprenderemos las técnicas sindicalistas modernas. Primero hay que instalar una mesa de negociación permanente entre las partes (MEC y maestros descontentos) y machacar concienzuda y razonablemente sobre las demandas en danza. En nuestro caso, la huelga comenzó en el confuso tramo entre la salida del poder de Federico Franco y la asunción de la Presidencia de Horacio Cartes. Nadie podía dar respuestas consistentes a ningún reclamo, sindical o personal.

Como si se tratara de una gripe de esas machazas, otros gremios salieron también a las calles a reclamar cualquier cosa. Y seguramente con toda razón. Pero apenas pasaron quince días del estreno de Cartes como presidente. ¿Por qué, y más que nada, para qué, atosigarlo con pedidos imposibles de cumplir, entre otros motivos, porque falta plata en caja? Es como si a un padre de familia le exigieran sus ocho hijos, simultáneamente, una bicicleta de regalo. Todavía no terminaron de acomodarse las placas subterráneas de las dos administraciones que precedieron a la de Cartes. Falta cerrar los números y conseguir con la mayor premura créditos del exterior. De paso, nuestra deuda externa es increíblemente baja. Con préstamos, más dos o tres donaciones, podríamos solucionar los problemas de infraestructura vial, escolar y hospitalaria. Aparte, se podrían también cancelar los monazos interinstitucionales, y solucionar de una vez por todas el drama de los salarios bajos. Con todo esto en cuenta, ¿por qué nuestros correligionarios colorados no cesan con el juego de ponerles palos a las ruedas del carro nacional?