25 abr. 2024

Cuando los abuelos no van a Florianópolis

“Qué alegría verte, pasá por acá, con cuidado nomás… entremos donde está el aire que hace calor en el patio ahora” … “Y cómo andás, cómo están los chicos” … “Para mí que subiste un poco de peso, ja, ja, la buena vida” … “Pero qué gusto que me visites, amiga querida, a mí me cuesta y no tengo muchas ganas de salir” “¿Qué tomamos? Ni se te ocurra un mate con este calor” … Palabras más, palabras menos fueron las que iniciaron el encuentro que hoy se ha vuelto escaso por problemas de movilidad, pero que, en otro tiempo, era más habitual. Las amigas pasan los 70 años y son vecinas desde hace por lo menos 50. Y dan cátedra de hospitalidad y amistad sincera en toda la conversación, en los gestos, en las preguntas, en las respuestas, en los intercambios de anécdotas. Suelen llamarse por teléfono y aprendieron a grabarse audios en el “wasat” porque para ellas la voz es más importante y cercana que la escritura. No es raro que una rece por la otra, comparten sus pesares y también la risa, esa risa que a veces es tontería para hacer pasar un mal trago de la vida, y otras es picardía y complicidad. Pero, últimamente, aparece más a menudo esa cierta nostalgia, ese silencio, ese querer un poco más de lo que las circunstancias permiten.

Muchos hijos y nietos del barrio están de viaje por vacaciones en estas épocas, otros trabajan a tiempo completo y tienen la agenda llena todo el año. Los abuelos que quedan largas horas en las casas, a veces solos, son testigos de primera de los cambios que el materialismo introduce en las relaciones sociales, en la comunidad; no solo como práctica, sino como visión de la vida. Y no es que los hijos sean todos indiferentes o crueles, da gusto ver que muchos hijos y nietos se interesan en los abuelos, pero se les ha enseñado a cumplir sus sueños fuera, se achicó el número de integrantes de varias familias y ciertas costumbres de buena acogida se diluyen con el ritmo acelerado que nos impone el trajín de este tiempo.

Hay aspectos de la vida de los abuelos que son los mismos para cada generación, la extrañeza ante ciertos cambios, el desgaste del tiempo, cierta pérdida de protagonismo que les causa temor y los pone chinchudos y frágiles, los escrutinios de la vida, tales como la enfermedad y la pérdida de familiares y amigos… Pero nuestro estilo de vida actual nos puso más complicado lograr el ideal de la integración armónica de necesidades, deseos y realidades.

Y, sin embargo, los abuelos somos nosotros con más años encima, son personas con luces, con experiencia, con historias, con ideales, con heridas, con esperanzas. En la cultura de la vecindad a los sabios y prudentes se les llamaba “ancianos”, personas dignas de dar consejos, respetables y admirables. Hoy no está de moda ser viejos. Y a ellos les toca cargar con su parte de la crisis de valores que todos estamos viviendo. En la sociedad del “pronto que”, del “aquí y ahora”, del yo inflado y de la comodidad superlativizada, no cumplir los estándares de la cultura del descarte –juventud, belleza, simpatía, dinero- puede significar el apartheid.

Es verdad, es difícil llevar a los abuelos a todas partes, y es lógico que las actividades de los jóvenes y adultos no coincidan con las de ellos. Pero no se trata de pedir lo imposible, a menudo ellos justifican hasta la ingratitud; más bien esperan la consideración, el tenerlos en el radar, la empatía… Es necesario, pero no es fácil. Por eso, hace falta valentía para enfrentar en familia y en comunidad los desafíos de la edad. Caminar juntos es más llevadero y hasta surge lo inesperado, el crecimiento interior, el aprendizaje de vida, un descanso del alma por el deber cumplido, un ensanchamiento del corazón al hacer lo correcto… la auténtica felicidad de los sencillos. Es verdad, no todos los abuelos van de vacaciones a la playa, pero todos esperan el beso, el abrazo, la compañía hacia nuestro destino como decía el gran pedagogo Luigi Giussani. Lo bueno es que honrar las canas es un valor que forma parte de nuestras raíces culturales. Vale pena procurarlo porque solo bien arraigados, podremos dar buenos frutos.

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