24 abr. 2024

Crecida genera doble golpe para personas con discapacidad

Anastacio Estigarribia (64) depende exclusivamente de su esposa Miguela Silva (62) para su desplazamiento. Un derrame que sufrió diez años atrás obliga al hombre a permanecer en silla de ruedas. La pareja vive además en constantes mudanzas. Su vivienda, ubicada en el barrio La Chacarita, quedó una vez más bajo agua.

En este momento están refugiado en la plaza Juan de Zalazar, frente a la Catedral de Asunción. Habitan en una pequeña pieza, hecha de terciada, al igual que las demás improvisadas casas de su entorno. Pañales, alimentos y un colchón en mejor estado es lo más urgente que afirman necesitar.

Ambos dejaron de trabajar, expresa Miguela. “Lo que nos salva son las limosnas que vamos a pedir frente a la iglesia San Francisco, principalmente”. En el rostro de Miguela se refleja cansancio. “La cintura es lo que más me duele porque todos los días debo levantarlo de la cama para ponerle en su silla de ruedas. Pesa mucho”.

Como el caso de ellos, varias familias que residen en el mismo lugar viven realidades similares.

Aglomeración. Entre las gradas de la plaza, frente a la Catedral, y en medio del hacinamiento, Paulina Bernal (65) intenta llevar al sanitario, compartido con otras familias damnificadas, a su hija Johana. La joven tiene diagnóstico de hidrocefalia y está en silla de ruedas. “Vivimos de trabajos ocasionales que consigue mi marido. Antes era encargado de cuidar la cancha del Oriental pero ahora el club quedó bajo agua, como nuestra casa. Lo que nos gustaría es poder ampliar nuestro lugar y más baños para tenerle mejor a mi hija”, expresa Paulina. Johana sonríe mientras vuelven a la habitación para permanecer acostada durante la mayor parte del día.

Tercera edad. Doña Adela Duarte (75) se instaló detrás de la Catedral mientras espera que el agua vuelva a alejarse de su vivienda ahora anegada, en la Chacarita.

Prácticamente vive sola, a veces con su hijo de corazón, quien según los vecinos tiene problemas con el alcohol. Doña Adela afirma que aún no cobra por tercera edad y se alimenta gracias a las hermanas Vicentinas. Los víveres siempre son bienvenidos, destaca.

“De los dolores en mi cintura no puedo trabajar ni caminar mucho. Pero tampoco me gustaría ir a otro lado porque es el lugar donde estuve toda mi vida”, concluye.

Cuando mi marido tuvo derrame y dejó de caminar yo renuncié a mi trabajo para cuidarle. Miguela Silva, refugio frente a la Catedral.

Entre mudanzas y de tanto moverle de la cama a la silla a mi hija, ahora debo operarme de una hernia. Paulina Bernal, refugio frente a la Catedral