Las personas santas han descubierto que el dolor, el sufrimiento, la contrariedad, dejan de ser algo negativo en el momento en que no se ve la cruz sola, sino con Jesús que pasa y sale a nuestro encuentro. San Josemaría escribió: "¡Dios mío!, que odie el pecado, y me una a ti, abrazándome a la Santa Cruz, para cumplir a mi vez tu voluntad amabilísima, desnudo de todo afecto terreno, sin más miras que tu gloria, generosamente, no reservándome nada, ofreciéndome contigo en perfecto holocausto”. Simón de Cirene conoció a Jesús a través de la Cruz. El Señor le recompensará la ayuda prestada dando la fe también a sus dos hijos, Alejandro y Rufo; serían pronto cristianos destacados de la primera hora. Debemos pensar que Simón de Cirene más tarde sería un discípulo fiel, estimado por la primera comunidad cristiana de Jerusalén. Todo empezó por un encuentro inopinado con la Cruz. “Me presenté a los que no preguntaban por mí, me hallaron los que no me buscaban (Is 65, 1)”. “A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostraba repugnancia... no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz!”.