25 abr. 2024

Contra la desesperanza

Luis Bareiro – @Luisbareiro

Cuando el presente nos abruma y el futuro inmediato resulta incierto, es fácil caer en una depresión paralizante. Hoy somos atosigados por los efectos de la pandemia, la acción criminal de asesinos fundamentalistas, la corrupción e ineficiencia endémicas del estado y el debate hipócrita de una dirigencia política que protege a los delincuentes de su carpa, y luego se rasga las vestiduras cuando los de la carpa contraria hacen lo mismo.

Podemos abandonarnos a la desesperanza -repitiendo como un mantra que el infortunio se enamoró del Paraguay- o levantar la cabeza, contemplar todo el escenario y proyectar salidas creativas. Una observación completa, no limitada a la acción de políticos, burócratas y cortesanos corruptos, es absolutamente necesaria para evitar actitudes derrotistas que, a la postre, solo benefician a quienes apuestan a que nada cambie.

La pandemia reveló, por ejemplo, que casi el 70% de los paraguayos ocupados trabaja en micro, pequeñas y medianas empresas. Miles de emprendedores se arriesgaron a iniciar un negocio buscando lucro genuino, creando con su acción la mayoría de los empleos formales e informales. No fue la prebenda política ni los grandes capitales, sino la iniciativa de pequeños inversionistas.

La crisis educativa expuso el crecimiento vertiginoso que ha registrado el sistema educativo privado, lo que prueba que miles de paraguayos invierten sus ingresos en educación. Significa que creen que el conocimiento es la clave para mejorar su calidad de vida o la de sus hijos. Este es un dato fundamental.

De acuerdo con las últimas estimaciones, la economía caerá este año menos de lo que se previó inicialmente y lejos del desplome de los países de la región. Quiere decir que la cadena de producción agropecuaria -pulmón de la economía- goza de buena salud.

Por supuesto, ninguno de estos hechos por si solos resultan suficientes como para respirar aliviados; pero, son señales que nos dicen hacia dónde avanzar. Resulta obvio, por ejemplo, que para recuperar puestos de trabajo y generar nuevos lo urgente es crear condiciones para que micro, pequeñas y medianas empresas accedan al crédito. Estas empresas nunca serán las que produzcan mayor riqueza, pero si las que mejor la distribuyan. Los planes de auxilio que surgieron a partir de la crisis deben pasar a ser permanentes.

De la fortaleza del mercado interno depende en gran medida que más trabajadores mejoren sus ingresos y salgan de la informalidad. No es solo conseguirles dinero, urge desburocratizar su formalización. Hacerlo permitiría su ingreso a la seguridad social; y esto sí supondría una mejora real en su calidad de vida.

La producción agropecuaria es suficientemente sólida como para proyectar sobre esa base la industrialización, y desarrollar otras áreas vinculadas con la tecnología e innovación. Hay que ser creativos y volar alto. Energía barata y en abundancia es algo que tendremos a disposición en solo dos o tres años más. Son oportunidades históricas que muy pocos países tienen.

La educación pública y la que venden los privados es, en general catastrófica; pero es evidente que la gente está dispuesta a hacer los sacrificios que sean necesarios para aprender. Esta es, de lejos, la reforma más necesaria e importante. Y aquí si la clave está en el estado. Que hayamos perdido este tiempo tan valioso es responsabilidad exclusiva del presidente Abdo, que por cobardía no descabeza aún un ministerio que ha demostrado ser absolutamente incapaz de llevar adelante cualquier transformación positiva.

No se trata de obviar la corrupción, la degradación política ni las inequidades sociales (que solo cambiarán a golpe de presión y con los años), sino de levantar cabeza y proyectar salidas. Lo que hicimos hasta ahora (mucho o poco) fue pese a todo eso. La mayoría somos mejores de lo que nos quieren hacer creer, no caigamos en la trampa tirando la toalla. Que no nos gane la desesperanza, porque es así como ganan ellos.

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