Entre ayer y hoy muchos visitan el cementerio, que, como dice esta misma palabra, es el “lugar del descanso” en espera del despertar final. …
“SEÑOR, DALES el descanso eterno y brille sobre ellos la luz eterna”[3], pedimos hoy al inicio de la Misa. La situación de los fieles difuntos que todavía no han llegado al cielo es de sufrimiento y gozo al mismo tiempo. Dolor y felicidad se entretejen misteriosamente en el purgatorio. La razón de ese gozo es la certeza de que verán a Dios: han ganado la batalla, han decidido ser felices en la tierra y en el cielo. Están a un paso de la gloria y por eso la tradición cristiana les llama “benditas almas del Purgatorio”.
Incluso las penas son allí fuente de alegría, porque las almas aceptan ese sufrimiento, plenamente entregadas a la voluntad divina. Con amor encendido, aunque todavía imperfecto, adoran el misterio de la santidad de Dios. Santa Catalina de Génova, conocida especialmente por su visión sobre el purgatorio, “no lo presenta como un elemento del paisaje de las entrañas de la tierra: no es un fuego exterior, sino interior. Esto es el purgatorio, un fuego interior. La santa habla del camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios, partiendo de su experiencia de profundo dolor por los pecados cometidos, frente al infinito amor de Dios”[4]..
LA COMUNIÓN con toda la Iglesia, y en este caso con los difuntos, hace que “nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor”[6]. Los santos han sido grandes devotos de esta ayuda mutua.
(https://opusdei.org/es/article/meditaciones-2-de-noviembre-conmemoracion-de-todos-los-fieles-difuntos/)