18 abr. 2024

Cómo robar 900 millones de dólares

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En la literatura los grandes robos tienen siempre una trama sencilla. Lo que la enriquece son los detalles, sus giros inesperados, la complejidad de los personajes y sus motivaciones.

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Al final, el golpe termina siendo solo una excusa para contar una buena historia. En la vida real ocurre algo parecido. Un buen atraco se va cargando de firuletes, de tramas y subtramas y de una larga lista de personajes de forma tal que las víctimas terminen olvidando el fondo de la cuestión, que el tiempo y la fragilidad de la memoria colectiva borren el hecho fáctico; que les robaron y que los ladrones siguen impunes.

Eso pasa con Itaipú. Olvidemos todos los detalles técnicos y la larga nómina de protagonistas y vayamos a los hechos. Paraguay y Brasil –o sus gobiernos de turno– decidieron hace medio siglo convertir el caudal del Paraná en energía, construyendo una hidroeléctrica. Para hacerlo crearon una empresa que fuera de ambos Estados –una empresa binacional– Itaipú, y le dieron la plata para construir la represa y montar las turbinas.

Brasil consiguió el dinero y se lo prestó a Itaipú.

El acuerdo fue que Itaipú construyera la hidroeléctrica y luego vendiera la energía a un precio que cubriera sus costos de producción y le permitiera pagar la deuda con su prestamista. Itaipú no tenía por objetivo generar ganancias.

La hidroeléctrica terminó costando mucho más de lo que debía costar y se completó mucho después de lo que estaba previsto (pero esa es otra historia). Lo cierto es que cuando finalmente empezó a producir, el socio que compraría prácticamente toda la producción, Brasil, alegó que sus problemas económicos no le permitirían pagar lo que se había acordado. Así fue como en 1986, en complicidad con los representantes del gobierno colorado del general Stroessner, los brasileños consiguieron que se violara el Tratado fijando una tarifa más barata que no le permitiría a Itaipú pagar la cuota de su deuda.

Por supuesto, el acreedor de Itaipú no se quejó porque era el mismo que compraba esa energía más barata, el Brasil; además, quedaba libre de aplicar intereses moratorios y punitorios, engordando de manera deliciosa la deuda. Por un lado, tenía energía más barata y, por el otro, incrementaba sus acreencias a futuro.

En connivencia con los sucesivos gobiernos colorados, el Brasil consiguió que se mantuviera esa tarifa violatoria del Tratado por más de una década. Recién en 1998 se decidió ajustar el precio. Solo que, para ese entonces, la moratoria en el pago de la deuda había generado ya un pasivo adicional de más de cuatro mil millones de dólares, lo que los críticos bautizaron como la deuda espuria.

Y acá viene la última parte del golpe. Ya en el nuevo milenio, el gobierno colorado de turno aceptó reestructurar la deuda de Itaipú incluyendo esa deuda ilegal, un pasivo provocado por Brasil en su rol de principal consumidor de la energía, y cuyo único beneficiario sería Brasil en su papel de prestamista.

A partir de entonces, el precio de la energía incluye la cuota de la deuda “reestructurada”. Con ese nuevo precio ANDE la compra y nos la vende. En todo este tiempo, la compañía de electricidad del Estado ha estado incluyendo en nuestras facturas de luz una cierta cantidad de dinero que corresponde a lo que Itaipú incorpora en su tarifa para pagar la deuda con Brasil, un pasivo que se creó como consecuencia de que Brasil impusiera un precio ilegalmente más bajo por once años, una energía barata de la que Brasil se llevó el 98%.

¿Qué tanto nos pudo haber perjudicado toda esta tramoya? ¿Cuánto dinero nos pudieron haber cobrado de más? Según la Contraloría, faltando aún tres años para pagar toda la deuda, los delincuentes de esta historia nos han robado mediante el cobro abultado de las facturas más de 900 millones de dólares. Como ven, una trama sencilla para el mayor golpe de la historia.

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