Se fue el último gran ídolo que tuvo Cerro Porteño. César Tigre Ramírez jugó anoche su último partido por el equipo azulgrana, en el juego final del Grupo 1 de la Copa Libertadores ante el Racing uruguayo, en un frío 0-0, tan gris como la noche en Sajonia.
El partido poco le importaba a Cerro, pues estaba eliminado de antemano, era otro el motivo que congregaba a los casi 3.000 mil espectadores. Era el decirle adiós a un grande, a alguien que amó y mucho, que entregó todo por esa camiseta.
Era, aunque nada es definitivo, salvo la muerte, el último juego, la última vez que vestía esa casaca azul y grana, la que le identificó a él y él a esa casaca, era una simbiosis exacta, un mutualismo que se prolongó por casi una década, nueve temporadas para ser exactos.
Entró a los 65' 50'’, le reemplazó a Ereros. Corrió como un chiquilín durante esos minutos en los que estuvo en la cancha. Tras el pitazo final, una vuelta, lágrimas, emoción y un hasta siempre...
Ramírez cerró su ciclo en Cerro, no era la despedida esperada, pero, de todas maneras, la sintió en su piel.