09 may. 2024

¿Comida o remedios? En la Argentina de Milei, los medicamentos son un lujo

En las farmacias de Argentina, la gente consulta el precio de medicamentos, pero no los compra, incluso antibióticos. Unos abandonaron sus tratamientos contra la hipertensión o el colesterol.

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Alivio. Una fundación judía entrega medicación gratis a unas 50.000 personas vulnerables al año.

AFP

Mientras algunos argentinos dejaron de tratarse sus enfermedades por los altos costos, otros dejaron de recibir del Estado medicinas cruciales para sobrevivir, mientras que el Gobierno audita el sistema asistencial. La caída de las ventas de 10 millones de medicamentos en enero, 70% en recetados, revela otra cara de la crisis donde el cuidado de la salud se volvió un lujo. “Entre comer y comprar el remedio, la gente elige comer”, razona la farmacéutica Marcela López detrás del mostrador de una farmacia en Buenos Aires. Los que no pueden pagar un antibiótico, sobrellevan el dolor con ibuprofeno.

Un caso similar es el de Viviana Bogado, cuyo hijo Daniel, de 16 años, necesita antibióticos y dieta especial.

“Tengo que comprarle una leche que es tres veces más cara que la común, más antibióticos y digestivos. Tuve que elegir, o su tratamiento o el mío para el colesterol”, relata la cocinera de 53 años.

Desde que asumió el presidente ultraliberal Javier Milei en diciembre, los medicamentos aumentaron un 40% por encima de la inflación, que al 254% interanual es de las más altas del mundo y golpea con un nivel de pobreza superior al 50%.

Rubén Sajem, director del Centro de Profesionales Farmacéuticos Argentinos, explicó a la AFP que “hasta el año pasado había un acuerdo entre el Gobierno y los laboratorios para que los precios se moderen”.

Pero estos acuerdos fueron abandonados, así como “las regulaciones y controles que hacía la secretaría de Comercio”.

La caída de ventas no refleja del todo a los pacientes crónicos que recortan tratamientos por el alza de precios. “Se están comprando unidades más pequeñas y esa es una situación dramática que no mide la estadística”, agregó Sajem. “Así, por ejemplo, quien toma a diario medicación para la hipertensión, compra un blíster de 10 comprimidos y cree que tomándolo salteado está a salvo. La realidad es que no le sirve, tarde o temprano su salud se agravará y terminará en un gasto mayor, incluso para el sistema sanitario”, advirtió.

MÁS GOLPEADOS. Los más golpeados son jubilados y trabajadores informales, que representan cerca del 40% del mercado laboral. Para los primeros, cuyos ingresos cayeron en febrero un 32,5% interanual, el sistema estatal les entrega ciertos medicamentos gratis, en otros les cubre entre el 50% y el 80% del costo.

Pese a ello, a Graciela Fuentes, de 73 años y jubilada gastronómica, se le hace cuesta arriba tratar su artritis.

“Tomo cinco remedios, dos me los dan gratis, gasto 85.000 pesos por mes (unos USD 100) casi un tercio de mi jubilación. No hay plata”, dice irónica, parafraseando a Milei cuando justifica el feroz ajuste del gasto público.

Para Juan Carlos Orellana, albañil y cuentapropista de 55 años, el escenario es desolador. Aunque puede atenderse gratis en el hospital público, no tiene descuentos en los medicamentos. Por eso acude al Banco Comunitario de Medicamentos de la Fundación Tzedaká, una entidad judía que entrega medicamentos gratis a población vulnerable a razón de 50.000 personas al año.

“Me ayuda económicamente un montón, estoy sin trabajo y muy agradecido, no tengo palabras”, dice tras recoger la medicación.

El director del Banco, Fabián Furman, afirma que “se nota un incremento en la solicitud de ayuda”, pero recuerda que esta se entrega solo por tres meses, “para agrandar el abanico de personas” que la reciben.

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