08 ago. 2025

Comer como animales

Por Caio Scavone - Villarrica
Los artículos 53 y 56 de nuestra desamparada y ultrajada Constitución Nacional garantizan específicamente el derecho a la alimentación de los niños y ancianos a través de un programa social que el Estado y sus gobernantes deben cumplir. Como no hay Estado desde hace tanto tiempo, estos programas son tan tácitos como los gobernantes en el Paraguay.
Con la caída de los ingresos, la gente se ve obligada a alimentarse de otra manera y el rango alimenticio se refleja en la mala y barata calidad elegida y pululan productos vencidos, desde la leche hasta el insecticida contra el dengue. La comida “chatarra” no queda exenta y es la alternativa válida comparando con la posibilidad de quedarse con el buche vacío. La mala y escasa nutrición de los paraguayos y guaireños desencadena un 90% de las enfermedades, encabezada por la desnutrición aguda y crónica, con deficiencias de vitamina A y microelementos como el hierro, el flúor y el yodo. La desnutrición es más grave en el sector rural en niños y niñas menores de 5 años y fehacientes datos confirman que un 15% de la población total sufre la falta de alimentos. Estas frágiles bases sirven para desarrollar enfermedades, poco intelecto y nada de inserción en lo educativo y laboral.
Comer como un animal es una expresión muy utilizada para reflejar la forma, la cantidad y la calidad de los alimentos ingeridos por ciertas personas, sin referirse específicamente a algunos políticos que ocupan cargos públicos, ya que estos no comen, sino tragan. Mientras la mitad del planeta –que pese a ser redondo lleva ese nombre– lucha contra la desnutrición, la otra mitad compite contra los efectos del colesterol.
Para sentirse como un toro no hay que comerse al toro, sino comer lo que come el toro, es una frase que resume el equilibrio en la alimentación. Siempre pregunté para qué uno quiere sentirse como el toro, pero eso es pasto de otro potrero. El paraguayo no sabe alimentarse. Incluso, la débil capacitación recibida desde la infancia iba dirigida a personas del sexo femenino, dando a entender que son las mujeres quienes deben manejar a la perfección la cantidad de hidratos de carbono, las proteínas, los lípidos, las vitaminas y los minerales que necesita el mancebo de mi tierra para una aceptable producción individual. Y vaya si lo sabían: el desayuno era abundante, el almuerzo de menor cantidad y calorías, dejando para la cena una ración menor, solo para pasar la noche. Pero todo esto ha cambiado y hoy se come lo que hay, si es que hay.
Sin embargo, la educación sobre nutrición animal es una realidad y una necesidad para conseguir una buena producción de carne, leche y huevos. Hoy vemos con asombro que comer como animales solo evidencia lo mal que come el hombre, siendo aquellos –los animales de 4 y 2 patas– los que mejor equilibrio consiguen mediante la combinación balanceada de los nutrientes. Alimentar a los animales con fines productivos no significa dar las migajas de los paraguayos, en cantidades variables y de acuerdo a lo que sobra en la olla. Hoy equivale a dar vitaminas, minerales y otras necesidades básicas, dejando de lado ese ilustrativo anuncio animal y filosófico que dice: chancho limpio no engorda.
Vemos a un parrillero, una gallina ponedora, un caballo de carrera o una vaca cualquiera convertirse en vaca lechera mediante una mejor alimentación que un paraguayo cualquiera y palpamos que 5.000 criaturas nacen anual y prematuramente, 40.000 embarazadas están en estado comatoso y 35.000 niños menores de 5 años sufren por la desnutrición en este Paraguay de paz y progreso, moderno y democrático y de firmeza y patriotismo. Y como no hay sobras no nos sobra sino desear que los políticos y mandamases sigan tragando lo que alcancen para que el colesterol redunde en beneficio de un infarto masivo.