En la época de las tecnologías ultraprecisas, la definición de un kilo dejó de ser exacta. En busca de una mayor fiabilidad, los científicos fraguan una pequeña revolución de las unidades de medida.
Actualmente, un kilo está definido como el equivalente a una masa del gran K, un cilindro de platino e iridio conservado desde 1889 en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas (BIPM), basada en Sèvres, cerca de París.
Como no es posible calibrar todas las balanzas del mundo en función de esta pieza, existen copias. Y ahí el sistema empieza a fallar.
Si bien el prototipo y las copias fueron fabricados en la misma época y de la misma manera y conservados en las mismas condiciones, estos, de forma aleatoria, se retraen o ensanchan ligeramente con el paso del tiempo.
“Si calculamos un promedio de la masa de las copias, constatamos que ha variado de 35 microgramos”, explicó recientemente a la prensa François Nez, director de investigación del Centro Nacional francés de Investigaciones Científicas (CNRS).
La alteración, si bien anecdótica para el común de los mortales, puede resultar problemática para las ciencias y la industria, en la era de lo infinitamente pequeño, como principalmente el desarrollo de las tecnologías cuánticas.