Esta es una palabra de gran uso en otros sitios de nuestra América Latina para describir conductas como la del diputado Roberto González. Tiene reminiscencias africanas, pero es bastante elocuente en resumir todo lo que el legislador de la “heroica Piribebuy” ha desplegado en una sesión de la Cámara Baja a la que él y muchos de sus colegas se empeñan afanosamente en dejarla en esa condición.
Dicen que el mayor mérito de González es haber sido compañero de estudios en la carrera de Derecho de la UCA del ex presidente Duarte Frutos, quien tiene el récord de aplazos que hasta ahora nadie ha podido superar.
Según la abogada Gilda Burgstaller, quien tiene el certificado de estudios del actual titular de Yacyretá, la cantidad de reprobado llevó al ovetense a ser calificado como Atila “el rey de los unos” sin h. El mismo sobre el que se decía que a su paso no quedaba ni cenizas. Pues bien, el actual titular del Consejo de la Magistratura, la institución que elige a magistrados y fiscales, fue el fiel de fechos del Atila local lo que le dio derecho a ser ministro del Interior por un corto tiempo y de otras carteras durante el gobierno de su compañero de estudios al tiempo de distribuir generosamente cargos a la parentela en toda la estructura del Estado.
Es el mismo que hizo enojar hasta a Galaverna en la cita de “las putitas sin escapulario” y desató la andanada de improperios en su contra de distintos sectores, incluida la diputada Celeste Amarilla, quien se descarriló en varios pasajes. González es un cafre y exhibe su condición de tal impúdicamente como cuando deliberó vía Zoom en ropa interior y sin camisa.
Le vale madre, como dicen los mexicanos, lo que se diga de él cuando como respuesta reciba la carcajada de sus colegas y los votos en su feudo cordillerano. No tiene honra ni nada que se le parezca que guardar ni le importa la memoria que deje a su paso. Él es un ser rústico, un zafio, mal hablado y vulgar. Todo esto lo exhibe como blasón mientras elige jueces y fiscales a su imagen y semejanza. Crescensio, el juez venal y ladrón, es un reflejo de esas elecciones.
Los cafres son como Roberto González: prepotentes, altaneros, mal nacidos y, por sobre todo, vulgares. No les cambian los lugares que ocupan, sino que se empeñan en degradarlos a cada paso. Es como si tuvieran como única misión destruir el sistema democrático y acelerar el retorno autoritario. No tienen conciencia del cargo que ocupan y menos la pertinencia de sus gestos y palabras. Cuando cree que pueden distraer el debate sobre el robo de Itaipú, donde tiene un hermano de consejero, destroza aún la ya de por sí rota imagen de una binacional donde todos sus funcionarios locales celebran el robo de la contraparte brasileña mientras buscan los mecanismos judiciales para mantener el secreto de sus sesiones y su complicidad en el robo.
Gran tarea la de los electores en los comicios del 2023. Si este nomás es el tipo de representantes que pueden elegir se merecen la pobreza, el abuso y la pandemia. El kachiãrato (reino del kachiãi o cafre) a esto nomás nos puede llevar. El debate sobre las meretrices con o sin escapulario es digno repertorio para evitar que más cafres lleguen al poder y elijan jueces y fiscales.
Roberto González exhibió esta semana en el Congreso todos los sinónimos de la palabra en una corta y pollina intervención: cruel, salvaje, bruto, rústico, de mal gusto, vulgar, mal nacido, tavyron en la definición guaraní o delincuente... en la acepción cubana. Ha incendiado el debate como lo hizo el Conde D´Eu al hospital de sangre de su ciudad natal. Ambos: cafres.
Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com