Esta pareja de “magos” deslumbró en Suecia'58 con sus regates impredecibles, su velocidad endiablada y su disparatada versatilidad ante la portería rival, que destrozó los rígidos patrones europeos de entender el deporte rey. Con ellos juntos en el campo, Brasil nunca perdió un partido.

El presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, el ex-presidente de la FIFA Joao Havelange posan junto a los ex-jugadores de la selección Brasil Mario Lobo Zagalo, Belini, Pele, Dino, Orlando y Mazzola el pasado jueves durante el homenaje a los ex futbolistas de la selección brasileña de 1958. EFE | Ampliar imagen
El 29 de junio de 1958, el estadio Raasunda de Estocolmo, abarrotado con 50.000 suecos, ovacionó a los brasileños, que vencieron por 5-2 a los anfitriones, después de toda una lección de fútbol espectáculo.
A decenas de miles de kilómetros, legiones de aficionados se arremolinaron en una céntrica plaza de Río de Janeiro para escuchar por primera vez la retransmisión radiofónica de una final.
Los ancianos que recuerdan la fecha, cuentan cómo el campeonato se había seguido de forma fría por la distancia y el retardo en la llegada de las noticias.
La victoria se vivió con un estallido de alegría que redimió a Brasil del “Maracanazo” de ocho años antes y elevó el fútbol al primer lugar en el podio de las aficiones nacionales.
Los jugadores fueron encumbrados como héroes, en un momento en el que se estaba forjando el Brasil moderno y la patria necesitaba de una inyección de moral, como recordó esta semana el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en un acto de conmemoración.
El triunfo impulsó el clima de optimismo que se desprendía de los planes del presidente Juscelino Kubitschek, que se propuso modernizar el país con obras grandiosas como la construcción de Brasilia -la nueva capital- que se inauguraría dos años después en medio de la sabana del altiplano central de Brasil.
La selección “verdeamarilla” llegó a Suecia sin muchas esperanzas, puesto que no era favorita en ninguna apuesta, ni demasiada preparación.
No llevaban ni segunda equipación en la maleta. Antes de la final, un asistente tuvo que comprar camisetas azules de tosco algodón en una tienda de Estocolmo, en las que se cosió el escudo a toda velocidad, para evitar la coincidencia de colores con la anfitriona, que también jugaba de amarillo.
La elección de dorsales también fue totalmente aleatoria: el portero Gilmar vestiría el 3 y el desconocido y debutante Pelé, a sus 17 años, recibió por azar el número 10 que ya no se quitaría en la vida.
Su participación en la Copa fue la gran apuesta del seleccionador Vicente Feola, que lo convocó a pesar de que se lesionara en el último amistoso en suelo brasileño.
Pelé era solo un niño, que aprovechó su viaje a Suecia para regresar como un ídolo, y para descubrir novedades como la seductora belleza albina de las suecas o que “no había negros fuera de Brasil”, como él mismo contó en su autobiografía.
Aquel joven inmaduro y de complexión frágil sería decisivo en la victoria final del 58, como más tarde también lo fue en la del mundial de 1962 y en el de 1970.
Con Pelé en el banco, la “canarinho” comenzó el mundial con una goleada por 3-0 a la débil Austria y un sufrido empate a cero ante la correosa Inglaterra.
Estos resultados le obligaban a los suramericanos a vencer a la temida Unión Soviética para no depender de una carambola.
Feola hizo una jugada arriesgada: introdujo en el once titular a Garrincha y Pelé, que aún sentía dolores en su rodilla.
En su debut, Pelé no brilló. Pero de las piernas torcidas de Garrincha nacieron las dos jugadas de gol, ambas rematadas por Vavá, que firmó el 2-0 y la clasificación para los cuartos de final.
En esta fase, Brasil se enfrentó a País de Gales, un rival duro que se resistió hasta el minuto 66, instante en el que Pelé convirtió su primer gol con la selección.
El ’10' recibió el balón en el área, de espaldas a la portería. Controló con el pecho, dio un toque sutil para atrás y se giró, para enganchar la pelota sin dejarla caer y enviarla a las redes.
Con el 1-0, Brasil pasó a semifinales, etapa en la que el niño se hizo adulto al acertar tres dianas a la Francia de Just Fontaine, el artillero de aquel mundial con 13 goles.
Aquel partido electrizante, que terminó 5-2, hizo que los franceses se rindieran al talento del chaval, al que una revista gala lo bautizó con el apodo “Rey Pelé", que lo acompañó para siempre.
En la gran final, esperaba Suecia.
La superstición de tener que cambiar el color de la camiseta en el momento decisivo no arredró a los brasileños que, con dos de Vavá, uno de Zagallo y dos del “Rey”, se coronaron campeones, levantaron su primera copa Jules Rimet y comenzaron un reinado en el fútbol mundial que todavía hoy perdura.